La última gesta del Marqués del Duero se enmarca en el final de la III Guerra Carlista. Fue llamado a desempeñar el papel crucial de derrotar a los carlistas por el entonces presidente Serrano. Hasta ese momento, Gutiérrez de la Concha había estado alejado de los campos de batalla, dedicado en los últimos años a poner en marcha la colonia de San Pedro y a la política de alto nivel, ocupando seis veces seguidas la presidencia del Senado e, incluso, brevemente la presidencia del Consejo de Ministros.
Por tanto, en abril de 1874 tomó el mando del Ejército del Norte con el objetivo inmediato de liberar la ciudad de Bilbao del cerco al que la tenían sometida las tropas carlistas. “Las tropas del Marqués del Duero vencieron a los carlistas en las batallas de Las Muñecas y Galdames, obligando a levantar el asedio a Bilbao el 2 de mayo”, relata el profesor Moral. En las semanas siguientes las escaramuzas entre carlistas y gubernamentales, sin que ningún bando lograra avances significativos. De hecho, a pesar del fracaso ante Bilbao, el ejército carlista, al mando de Dorregaray, se mantenía intacto.
MUERTE EN ESTELLA
El acto final de la vida del Marqués del Duero comenzó bajo la lluvia en el mes de junio cerca de Estella, la capital de los carlistas. El ejército de Gutiérrez de la Concha, con 28.000 soldados y 80 cañones, tenía como objetivo la toma de esta ciudad, en cuyas inmediaciones se habían atrincherado los 22.000 soldados carlistas. “Excavaron numerosas trincheras y desde ellas se oponían a los gubernamentales y, si la artillería les bombardeaba, se retiraban a una segunda línea de trincheras por pasillos cavados. Cuando cesaba el fuego artillero y avanzaban los soldados gubernamentales, los carlistas volvían a la posición inicial y descargaban sus fusiles sobre el enemigo ocasionando numerosas bajas”, explica el libro del profesor Moral El marqués del Duero. Un modernizador del siglo XIX. Biografía breve.
A pesar de ello, las tropas de Manuel Gutiérrez de la Concha perseveraron en sus asaltos y, entre el 25 y 27 de junio, intentaron desalojar a los carlistas de las faldas del Monte Muru. El marqués del Duero se mantuvo en vanguardia al frente de sus tropas en el avance contra los carlistas que vieron la derrota próxima pero, en la tarde del último día, una bala perdida provocó la muerte del general liberal.
Benito Pérez Galdós, en su episodio nacional titulado De Cartago a Sagunto, narró de esta manera el suceso:
«Concha trepaba impertérrito, unas veces a pie y otras a caballo, según los accidentes del terreno (…). El avance de Concha fue tan rápido que llegó a 50 metros del enemigo cuando aún no se le habían incorporado los batallones del general Reyes. Por falta de ese apoyo no se pudo dar fin y remate al supremo esfuerzo. Concha no tuvo más remedio que aplazar el ataque definitivo, dando por frustrada en aquel día la operación (…). En el momento de cruzar la pierna derecha por la grupa del caballo, una bala, que lo mismo pudo venir del Cielo que del mismo Infierno, le atravesó el corazón. Con débil gemido expiró el primer soldado español de aquellos maldecidos tiempos».
Sus ayudantes bajaron el cuerpo caído dos o tres bancales para librarle de ser objeto de mayor tiroteo. Cogiéndole por los brazos, y el asistente levantándole por las rodillas, lograron su objetivo mientras se acercaba a caballo un teniente de húsares. Con ayuda de un corneta, un sargento y otro soldado, se elevó al general Concha a los brazos del húsar para conducirlo a Abárzuza.
El proyecto de Gutiérrez de la Concha era derrotar a la mayor parte del ejército carlista cerca de su capital, Estella, lo que, de conseguirse, hubiera supuesto un durísimo golpe para la causa de Carlos VII. Además, en medio de esa victoria militar liberal, Concha esperaba que el ejército proclamara rey de España a Alfonso XII. Tras su desaparición, sería un subordinado suyo en el norte, Martínez Campos, quien lo haría unos meses más tarde en Sagunto.
La muerte de Gutiérrez de la Concha supuso un impacto en la sociedad española, poco acostumbrada a la muerte en combate de alguien de tan alta graduación militar. Según señala el profesor Casado Bellagarza, “un impresionante cortejo fúnebre recorrió las calles de Madrid. Ocho caballerías tiraban de la carroza, custodiadas por soldados a ambos lados. Los adornos florales casi ocultan el féretro, cruzado por el bastón de mando y la espada del general. Sobre ellas la gorra de campaña, en vez del sombrero de gala. Una cita regalada por la villa de Bilbao recuerda su último gran triunfo, al liberar la ciudad del cerco carlista”.
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