Tiempo de vacaciones y salidas. Tengo escrito que una de las cosas buenas de viajar es que nos obliga a salirnos por un tiempo de nosotros mismos y el mal criado ego que nos gobierna. Sigo pensándolo, aunque ahora deba añadir un factor nuevo, quizá no muy coincidente con el anterior. Depende no solo de adonde vayas sino de donde vengas, pues el lugar de origen condiciona más de lo que creemos.
Analizar las reacciones de la gente es mi vicio actual preferido. Divertido y sorpresivo a veces, serena mi frustrada vocación socio-psicológica. No saben en realidad lo que se aprende a través de él. Mucho más interesante que el cotilleo esmerilado del HOLA. Suelo aconsejarlo.
En esa línea por tanto, abro muy bien ojos y oídos en el momento en el que alguien del lugar donde estoy vacacionando hace la pregunta de rigor. Y paso a contarles el proceso que a partir de entonces se origina, detallado y con matices, como es mi mala costumbre:
-De Marbella.
-¿Cómo, de verdad de Marbella…?
Al confirmarlo, se suceden unas reacciones que empiezan por : Asombro. No falla casi nunca, se muestran asombrados e incrédulos, como si el hecho de ser de aquí nos obligase a no abandonar nunca la, para ellos Itaca de sus ensoñaciones. No entienden que la dejemos en plena jauría veraniega. De acuerdo con eso, la siguiente es de Envidia. Suelen expresarlo con media sonrisa equivalente al “quien pudiera”, salvo quien ya nos conoce que sonríe abiertamente sintiéndose privilegiado. Viene después la de Curiosidad expresada por los que nos conocen desde lejos y siguen pensando que Gunilas y demás “celebritys” andan a diario paseando arriba y abajo de nuestras calles como reclamos turísticos. El papel couché ha cumplido su objetivo. A continuación sale a relucir generalmente el Deseo, la expresión de esperanza no solo en conocernos sino en pasar un tiempo en esta Jauja, este disloque, este paraíso terrenal.
Y como colofón, de un tiempo a esta parte, llega el esperado Reproche. Tras el desahogo primero voluptuoso, se impone un pelín de raciocinio, y comienzan los comentarios sobre el difunto Gil, Cachuli, Zaldívar, Malaya…para acabar en Pantoja y su idilio frustrado con nuestra ciudad.
Aunque el orden cambie, no lo hace jamás el fondo de la cuestión. Ni los gestos en sus rostros, pues después de la aparente encuesta (a la que debemos someternos en cuanto el nombre de Marbella es pronunciado) pasamos a ser un tanto “especiales” para el interlocutor, no sé si mejores o peores, pero desde luego distintos al que un día, antes o después conocerán, originarios de Zamora, Ciudad Real o Mejorana del Campo.
Marbella y su “Marca”, como dicen ahora. Es cierto que somos para los que nos ven desde fuera una marca consagrada, un estereotipo, un lugar deseado o una ciudad estigmatizada por sus diversas épocas. Me pregunto cual de ellas es o debería ser la verdadera, la que exportásemos cada vez que salimos unos kilómetros de su ámbito territorial. Si la que defendemos muchos de quienes hemos luchado por su ser íntimo y esencial, más escondida, menos fastuosa, más familiar y sencilla, o la otra por la que se nos reconoce en medio mundo. Entre Puerto Banús y las calles Aduar, Ancha, Bermeja, o nuestra Plaza de los Naranjos, hay un extenso mapa no solo territorial, sino social y humano.
Un poeta (creo que Manolo Alcántara) dijo en su Pregón que a Marbella le cabe mucho dentro. Tenía razón, como todos los poetas. Le cabe tanto que a veces parece a punto de desbordarse. Como en estos días de verano, en los que joyas auténticas comparten aceras y noches con gruesa bisutería y el smoking es compañero fiel de bermudas y chanclas de goma. Caduca aristocracia se mezcla en cenas benéficas con probos funcionarios de ridículo sueldo. Sardinas con caviar y champagne con tinto de verano. Políticos en activo y en pasiva. Gente que viene a ser vista y otras a disfrutar de lo que ven.
Marbella es un caleidoscopio de culturas y personas ensambladas en un trozo de Mediterráneo, con playas mediocres, clima excepcional, elegante sierra y habitantes acostumbrados a no asombrarse por nada.
Me interesa cómo nos ven desde fuera, y es agradable ser objeto de deseo. Agradecería que no se quedasen en la forma y observaran algo más el fondo. A lo mejor hasta les gustábamos más.
Ana María Mata
Historiadora y Novelista
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