Todo empieza con la plataforma nacida de la indignación del 15 M cuyos dirigentes aseguraban que llegaban para cambiar la política, cuando enseguida se demostró que su objetivo era vivir ellos también de la política. El caso más decepcionante ha sido el de su líder Pablo Iglesias que desde que ocupó un cargo público no ha dejado de traicionar los principios que proclamaba exaltado cuando aún era un activista.
La práctica política exige una mínima coherencia que haga creíble la defensa de una determinada ideología, pero en Iglesias todo es demagogia populista, no se reconoce lo que dice con lo que hace, lo que pide a los demás con lo que se impone a sí mismo.
El ejemplo más claro es el enorme patrimonio que ha amasado en siete años de actividad política como vicepresidente del gobierno de coalición Tanto él como su pareja llegaron a la política activa con solo 45.000 y 6.000 euros en sus respectivas cuentas. El mismo Iglesias declara hoy un patrimonio de 700.000 euros, superando al del propio presidente Sánchez. El mismo también que se escandalizaba antes de su entrada en el gobierno con el sueldo de los políticos, arengando en su tono más enérgico que el 25% de las familias no llegaba a los 1.000 euros mensuales.
La demagogia se le vuelve en contra al dirigente morado, y su actitud falsaria hace que los ciudadanos se muestren críticos al conocer este tipo de cuestiones, por muy legítimo que pueda ser el origen de tanto dinero. Ocurre igual con su actual vivienda en Galapagar, cuando todos recuerdan sus críticas anteriores a los políticos que se aíslan y no saben coger el transporte público.
La decepción fue llegando al ciudadano desde que Iglesias llegó a un cargo público en 2014. Desde entonces no ha dejado de traicionar los principios que proclamaba exaltado cuando apenas era un activista con mucho éxito en los platós de televisión. Ahora que ha vuelto a ellos y a la calle cual Capitán Trueno enfurecido, vuelve a su antigua táctica del grito y la amenaza. Ha dejado un sillón confortable de vicepresidente en el que parecía encontrarse a disgusto con las interminables horas de parlamento sin más público que los compañeros diputados y sin más gritos que los de algún disconforme exaltado como él .
Iglesias es ante todo un fenómeno de masas cuyo discurso excesivo necesita público que le sea afín. Un público encendido que responda a sus palabras amenazantes con otras igualmente encendidas. Necesita ser el centro de atención y sobre todo provocar. Ese es su verbo preferido y el que utiliza con mayor agilidad. Su lucha por Madrid es el mejor escenario para sus actuaciones de cara a remover el partido que no se encuentra en su mejor momento. Tal vez necesite la furia de su líder, volver a los viejos tiempos de campaña antisistema y encender de nuevo los aires de revolución. De todas formas habrá que esperar a Mayo para ver si continúa poseyendo su aura de redentor.
Ana María Mata
Historiadora y Novelista
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