Estoy segura de que algunos de mis generosos lectores sentirá una punzada de nostalgia al ver escrito en la cabeza del artículo el nombre de tan preciosa flor. Porque para él solo puede haber una Jacaranda y es la que yo pretendo traer hoy a estas líneas para que el recuerdo nos haga vivir unos momentos de nostalgia.
Arthur Corbert era un aristócrata inglés que aterrizó en Marbella a finales de los años cincuenta y del que se decía que su familia era gran amiga de Winston Churchill. De elevada estatura iba siempre acompañado de un perro Gran danés que le llegaba casi al hombro. Su sonrisa y modales denotaban una educación exquisita y solo el intenso rubor de su rostro daba el cante de que algo había detrás del rosado color y que ese algo provenía de su adicción al líquido originario de Escocia.
Corbert tuvo la feliz idea de comprar un chalecito que existía al borde de la carretera haciendo esquina con la entrada de El Fuerte. Instaló en él la primera sala de fiestas de enjundia que tuvimos en la ciudad. A la elegancia nata de Corbert se unió en ese momento el morbo que provocó la aparición de la que se convertiría en su esposa en Gibraltar, una mujer de gran belleza, altísima y con voz extraña, April Ashley, una de las primeras transexuales conocidas, cuyo oficio anterior a la operación había sido marinero de barco británico .
La pareja tomó por asalto la noche de Marbella con su recién inaugurado Jacaranda. Lograron una famosa clientela ente quienes se hallaban Audrey Hepburm, Mel Ferrer, Stewart Granger, Deborah Kerr, Ray Milland, y Antonio el bailarín y El Greco, entre otros. Todos ellos hicieron de la Jacaranda el club preferido de nativos y cuantos empezaban a llegar a la ciudad, recordemos especialmente la presencia siempre conflictiva de Sara Churchill.
Al son de la orquesta que formaban cuatro marbelleros, Antonio Ruiz, Carlos Urbano, Paco Montero y Enrique Ruiz de la Herranz, además del cante cubano T. de Robermar, los asistentes podían imaginarse emulando a Humprhey Bogart cuando el pianista entonaba el tema de Casablanca. Con su estilo colonial de muebles de mimbre en el patio y su profusión de plantas consiguió dotar de lo que podía llamarse “romanticismo erótico” o al menos liberado de las clásicas amarras que el sistema propugnaba y que conducía obligatoriamente al matrimonio.
Mucho tuvo que ver el fenómeno social con nombre femenino, la llegada de las suecas. Las rubias y bellas nórdicas aparecieron atraídas por el sol y también por el intenso ardor varonil que se presuponía en los hispanos del sur. A pesar del enfado de muchas novias, añejas ya en su relación, las suecas sirvieron de desahogo emocional y de su antítesis a varones todavía sumidos por inercia en la formación del espíritu nacional.
Jacaranda propiciaba con su ambiente la intimidad necesaria y el resto quizá estuvo en el caliente sol que parecía dar alas a las féminas del Báltico.
El recuerdo hoy de aquellas noches inflamadas de música y perfumada ¡ay! de una espléndida juventud que entonces creímos eterna lleva el nombre de una preciosa flor: Jacaranda.
Ana María Mata
Historiadora y Novelista
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