El primer artículo que escribí lo hice en el diario SUR el 13 de septiembre de 1980. Una semana antes la revista “Interviu·” publicó unas fotos de gran tamaño bajo el título “Los que inventaron Marbella”. La impotencia, unida a la indignación me hicieron tomar la por entonces máquina de escribir con la intención de dejar las cosas claras. El verbo inventar significa, según la Real Academia, sacar algo de la nada, crear desde cero, y debido a ello no estaba dispuesta a consentir tal palabra unida a la ciudad donde nací y donde últimamente corrían historias en ese sentido, seguramente con la intencionalidad de aplaudir los méritos adquiridos por los que llamaban “jet society” o señores del glamour.
La desagradable sensación que debe sentir el hijo que al llegar la edad adulta le confiesan haberlo recogido de la inclusa se instaló en mi corriente sanguínea como flujo incapaz de contener. A la perplejidad se unió un sentimiento de ofensa recibida que al día de hoy, y estas líneas son una prueba de ello, no ha disminuido ni un ápice.
El motivo actual viene dado por unos reportajes que el diario El Mundo suele publicar cada sábado en un apartado que puede llamarse de Sociedad, y en el que la dichosa palabreja verbal del “invento” vuelve a salir como definición global del grupo formado por Gunilla Von Bismarck, Jaime de Mora, y otros varios, autores, según sale escrito de la invención de Marbella.
El interrogante, me preguntaba entonces, y me pregunto hoy, sería saber cual es el papel de la gente anónima que vivía tranquila y pausadamente una vida diaria antes de la llegada del boom: practicantes ejemplares, médicos, maestros inolvidables, comerciantes heroicos cuando el comercio casi era simple trueque, pescadores de rostro salino, campesinos de tierras difíciles , policías, camareros…gente sin imagen, pueblo llano y habitantes del pueblo blanco que fue y que ellos hicieron y hacen que siga siendo, salvaguardadores en muchos casos de la verdadera idiosincrasia y carácter del rincón que les vio nacer.
Nada tengo, advierto, contra los señores de las fotos, y como lo cortés no quita lo valiente, reconozco que unieron sus afamadas imágenes al nombre de la ciudad y ayudaron a traer a un turismo de élite, pero eso puede definirse como “distinguir, diferenciar o elegir”, ya que los verbos hay que utilizarlos correctamente.
Los señores del glamour y de portadas de revistas constituyeron un gueto según iban llegando que se alimentaba de sus propios saraos y de paso que hacían sonar el nombre de Marbella les proporcionaba a la mayoría un plus no desdeñoso en sus arcas tan dispuestas a seguir llenándose.
Necesité cuando escribí el primer artículo y necesito hoy, proclamar a los cuatro vientos que la Marbella auténtica, sin trampas ni cartón, sin almibaradas páginas en las revistas Era, Estaba y Fue siempre; que no hay caso en ella de generación espontánea y sí unas raíces fuertemente arraigadas en su Historia y sus cualidades esenciales.
El proceso de mitificación que ha sufrido después debe poseer un capítulo importante que abarque cuanto de interioridad hay en ella, sin olvidar por tanto a la ciudad profunda, honda y al mismo tiempo sencilla que conforman los nativos y residentes habituales que entienden, ¿Cómo no?, la dimensión actual de esa otra Marbella abierta y siempre dispuesta a dejarse invadir, mientras las cosas se hagan con inteligencia y cariño.
Mi articulo de hace la friolera de más de cuarenta años, se llamaba “Marbella, monopolio de nadie”.
Mejor, de todos, pero sin inventos artificiales.
Ana María Mata
Historiadora y Novelista
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