Es bien sabido que los dos pilares que sostienen a un pueblo, Estado o Nación son la Educación y la Sanidad. De ahí que no sean los más poderosos, entendiendo como poder su fuerza económica, los que ostentan el apelativo de estados del bienestar, sino aquellos en los que los factores educativos y sanitarios van en consonancia.
En concreto son los países bálticos los que encabezan el llamado Informe Pisa sobre la Educación, con valores altísimos que contrastan con las deficiencias de sus coetáneos europeos.
En España, ya a finales del siglo XIX, con ocasión del Movimiento Generacionista, encabezado por Joaquín Costa, se impuso el lema que dirigiría todo su programa, “Despensa y Escuela” en un afán de encontrar las bases para el proyecto del nuevo estado.
La Escuela es la puerta que nos abre al conocimiento. De ella saldrán quienes en plazos sucesivos habrán de ser los hombres destinados a construir un país digno de consideración.
Toda esta digresión me sirve para llegar a un tema concreto y personal. Vivimos en Marbella, la ciudad que se dice cosmopolita por excelencia, tenemos todo lo necesario para ser considerado un lugar donde lo paisajístico se aúna con lo lúdico. Poseemos el mayor número de campos de golf por metro cuadrado de terreno de Europa, Restauración a tope, puertos de todo calibre, discotecas,,, etc. Pero en Marbella faltan escuelas y faltan Institutos de Secundaria.
Para paliarlo, la Administración (Junta y Ayuntamiento) han decidido levantar unos cuantos pabellones nuevos de prefabricados que serán instalados al lado de los ya existentes.
Me resulta tan triste esta realidad al lado de la majestuosidad de edificios de todo tipo en una ciudad que se autodefine como emporio turístico, que entran ganas de llorar frente a esos barracones que, si nada los remedia, albergarán el próximo curso a los niños que salgan de los colegios Vargas Llosa y Xarblanca, ambos sin cabida en los institutos actuales.
Así están las cosas en esta ciudad donde las infraestructuras básicas fallan en demasiadas ocasiones, y donde el oropel y el falso glamour de la anacrónica Jet Society ocultan lo auténticamente necesario.
Nos dejamos llevar por lo aparente y le damos la espalda a la cultura del conocimiento. Recuerdo, de golpe una cancioncilla vergonzante que cantaban en los años de mi infancia: “Málaga de mi alegría, la de las dos mil tabernas y una sola librería”.
Los dirigentes deben preocuparse por que este tipo de cosas no se repitan en estos tiempos en que estamos a punto de descubrir la llamada inteligencia artificial.
No dejemos repetir el escarnio. Acordémonos de Joaquín Costa y situemos a la escuela en el lugar que le corresponde.
Ana María Mata
Historiadora y Novelista
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