El asunto de la identidad suele resultar un tema peliagudo donde los haya. Todos afirmamos poseerla sin saber muy bien, en ocasiones, cuales son los factores que la determinan. Si aceptemos la definición de la RAE, nos dice que identidad es el conjunto de rasgos y características que diferencian a una persona o cosa de otras.
A la hora de analizar, tratando de conocer mejor, la identidad de un pueblo o ciudad, nos aparecen valores intrínsicos en algunas de ellas, algunos eternos e inmutables, mientras que otros presentan una dispersión muy difícil de cotejar. Nadie duda de que Roma, por ejemplo posee una identidad imperial, avalada por el conjunto de su historia, o de que París la contenga festiva y luminosa como se deduce de su apelativo de Ciudad de la luz.
La ciudad de Marbella es un ejemplo paradójico de este tema, a caballo entre su inmutabilidad histórica y sus estratos posteriores. Pueblo del litoral mediterráneo, asaltada por muchos, conquistada por algunos, en su haber arqueológico se hallan huellas de hábitat romano, paleocristiano, árabe o musulmán, y por fin, católico-romano, a partir de la toma por las autoridades reales de Castilla.
Todo ello proporciona un patrimonio histórico de alto valor (y tal vez no conservado como debiera) que nos induce a considerarla como núcleo de civilizaciones pasadas asentadas en ella con la fuerza de la piedra y la sangre.
A partir de ser tomada por los Reyes Católicos, Marbella comienza una nueva era de repoblación y costumbres contrarias a las que hasta entonces predominaban bajo el auspicio de la media luna. En su recorrido atravesará periodos benignos y otros no tanto, como cualquier municipio de la corona. Llega hasta el siglo XX con las características propias de un pueblo del litoral andaluz: Conjunto de pescadores avezados, conviven junto a otro mayor de agricultores especialmente de huertas, y arropados por ellos, una pequeña facción de comerciantes, envueltos dentro de un clima espléndido al que tardarán todavía en sacarle partido.
Con el correr del siglo recibirá el envite de un fenómeno inesperado, al que luego, vulgarmente llamarán “Boom”y será asaltada beatíficamente por tal cantidad de gente diversa que dará lugar a un maremagnum humano incontenible. Se irá creando entonces un estrato de capas sociales diferentes, agrupadas en lugares concretos y significadas por los ya por entonces poderosos medios informativos.
Marbella se abre al mundo y comienza su andadura cosmopolita, a caballo entre la recién llamada “Jet Society”y los nuevos aristócratas del dinero.
En esa estamos, intercalados algunos periodos de crisis, cuando nos da por pensar que habrá sido de la identidad primigenia de una ciudad con todos estos factores añadidos .
¿Puede conservar un rastro de lo que fue un pueblo convertido por mor del Turismo en una ciudad de todos y de nadie? ¿Qué queda hoy de aquel lugar recoleto y familiar en el que la mayor parte de la vida se hacia en la calle, de puertas abiertas y tradicionales costumbres?
La respuesta no es fácil, pero auspiciada por un golpe de esperanza, quiero creer que en lo más hondo de los que hoy habitamos Marbella, se perfila un ciudadano relativamente contento con el devenir de los hechos, pero orgulloso de su antigua estirpe de familiar convivencia. Prueba de ello es el día del Tostón compitiendo con la extravagancia de Halloween, o la navidad y sus Belenes, y la Feria de San Bernabé, por citar algún caso.
En honor a la verdad hay que decir que hemos recibido tantas influencias, nos han superpuesto tantas capas que debemos hacer esfuerzos considerables por no ahogarnos y permanecer a flote.
Reflexionemos en positivo, para llegar a la conclusión de que tenemos una ciudad especial y única inmersa en un ensamblaje multitudinario.
Ana María Mata
Historiadora y Novelista
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