Puede que en muchos el olvido haya hecho de las suyas en torno a personalidades del ámbito cultural y artístico que unos cuantos años antes del florecimiento en papel couché de lo que iba sucediendo en nuestra ciudad, con especial atención a lo que dio en llamarse “jet-society, llegaron a Marbella, y en ella instalaron residencia para sus vacaciones. Los espectaculares escotes, peinados y trajes de la Señora Von Bismarck, Jackie Lane, Ira de Fustemberg y compañía, deslumbraron en revistas específicas, haciendo de nuestra ciudad y especialmente de sus veranos, un plató cinematográfico con películas de escaso argumento pero mucha imagen.
Las fiestas glamurosas, galas benéficas, elecciones de “Ladys”, y bikinis en playas reservadas con el nombre de “Beach” en letras doradas, tejieron una leyenda de oropel desenfrenado que algunos todavía añoran como si el auténtico destino de Marbella fuese aquella gran babel de elitismo y pijadas.
Debido a ello quedaron relegadas en el pasado, que no lo era tanto, figuras destacadas de características muy distintas, cuyo renombre venía precedido de valores y fama adquiridos por su inteligencia o su arte. En este apartado quiero traer hoy al artículo dos singulares hombres de letras a los que tuvimos la suerte de tener entre nosotros y nos regalaran algo de su sabiduría.
El primero de ellos venía del norte y era hijo de la célebre escritora cántabra doña Concha Espina y de don Ramón de la Serna. Perteneció al cuerpo de Inspectores de Enseñanza Primaria antes de entrar de lleno en el mundo del periodismo donde destacó pronto por su estilo y su preparación clásica. Su nombre era Víctor de la Serna, fue director del diario “Informaciones” y en 1955 recibió el Premio Nacional de Literatura por sus crónicas de viajes por España. Amigo del ministro Girón, recaló en Marbella sobre los últimos años cincuenta y pasó en la calle que ahora lleva su nombre largas temporadas en un chalet allí existente, desde el que salía para pasear y charlar con la gente que encontraba a su paso. Escribía entonces para ABC y en variados y múltiples artículos se ocupó de Marbella, con un detalle que debo resaltar. Al documentarse para estos artículo topó en la “Historia de Málaga y provincia” del historiador Guillén Robles, con el gentilicio “marbellí” que Guillen usaba como sinónimo de “musulmán de Marbella”. A Víctor de la Serna le gustó y consiguió en cierta medida popularizarlo, afirmando que poseía una mayor sonoridad que el habitual “marbellero”. Sencillo y gran conversador, De la Serna fue un magnífico y señorial publicista de la ciudad.
El segundo visitante, más olvidado quizá que Víctor de la Serna, fue Wenceslao Fernández Flores, coruñés fallecido en 1964 y uno de los grandes novelistas de la primera mitad del siglo XX. Su obra, teñida de una suave ironía destacó en papel y luego en Teatro: “El malvado Carabel”, “Relato inmoral”, “Las siete columnas” y especialmente “El bosque animado” le consiguieron fama, prestigio, y la obtención de un sillón en la Academia Española de la Lengua.
Don Wenceslao vino pronto para el sur, en 1920 le invitaron la familia del Moral, propietaria de la Colonia El Angel. Igualmente escribió para ABC, y cuando ya Ricardo Soriano levantó la “Venta y albergue del Rodeo”, apareció un artículo suyo del que destacaré algunas bellas y muy sensatas frases:
“En la zona de Marbella existen lugares cautivadores en los que un mar tibio y tranquilo se une a un sol que rara vez se ausenta del cielo azul y generan días mágicos que ponen en la sangre el gozo de vivir dulcemente”. La lucidez del escritor se aprecia en la siguiente, digna de un hombre que profetizaba lo que después tuvimos que sufrir:
“Si ha de acometerse la labor de preparar un reducto del que sea casi excluido el invierno, es necesaria una coordinación que le dé eficacia. Habría que comenzar el estudio de los planes que permitan con dignidad recoger prosaicamente el oro que el sol derrama sobre el litoral”.
Con personas como Víctor de la Serna y Wenceslao Fernández Flores Marbella dignificó su papel de anfitriona. Sus consejos fueron olvidados y es un error que con posterioridad estamos pagando.
Ana María Mata
Historiadora y Novelista
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