¡Cómo nos gusta a los españoles el extremismo! Y no digamos a los andaluces!…Aborrecemos ese término medio tan elogiado por pensadores y psiquiatras donde suele decirse que está la virtud, el raciocinio y el mejor método de convivencia; porque en general la autenticidad del vivir reside en lo cotidiano, pocas veces en lo extraordinario que solo ocurre cuando algo se desborda y suele, en ocasiones, arrastrarnos en ese mismo desbordamiento hasta el punto de sucumbir.
A pesar de ello seguimos actuando a ritmo de tesis-antítesis, blanco-negro y amor-odio. Saltamos del uno al otro, a veces con demasiado ímpetu, sin un logos que condicione o dirija nuestro impulso, y así está nuestra historia plena de discordancias y decisiones erróneas a las que nos conduce nuestra extrema visceralidad.
Los mismos que victoreaban a los reyes en sus salidas públicas y los aclamaban, pidieron a gritos unos meses más tarde su expulsión y la llegada de la República. Tiempo atrás habían hecho igual pero al revés, cuando fue necesario encontrar con rapidez un monarca que resultó ser Amadeo de Saboya. Quienes quemaron iglesias y conventos además de imágenes sagradas acabaron convertidos unos años después en fervorosos hermanos de Hermandades y Cofradías. En el momento de aplaudir a La Macarena o El Cautivo, olvidaron que habían presumido de ateísmo y anticlericalismo el año anterior en el mismo Abril y la misma ciudad. En la Transición hubo falangistas antiguos en las filas del partido Socialista y escurridizos miembros de la temida FAI que se integraron calladamente en Alianza Popular.
Ya saben el exhorto de Marx sobre la historia, la cual, según él, o se repite como tragedia o como farsa. En ello estamos desde hace un tiempo, más bien en lo último, por suerte, pero farsa al fin y al cabo. En concordancia con lo anterior, después de largo tiempo de represiones más o menos soterradas, la ansiada libertad abrió puertas a casi todo. De nuevo los extremos. O monje o Casanova. Exageremos, pues, la modernidad, dijimos, que nadie nos gane en el desenfreno.
Ocurre que tanto exceso puede llevarnos al patetismo o la ridiculez. Vean si no.
Todo comenzó con los bautizos civiles. En determinadas poblaciones, los padres decidieron que sus recién nacidos fuesen “bautizados” por lo civil, en lugar de ponerles traje nuevo y recibir agua bendita por parte de la Iglesia. Nada que objetar, opino. Si un simple registro civil quieren celebrarlo y llamarle, a falta de imaginación, bautizo, entre ellos queda. A nadie debería imponérsele una fe que no conoce aún. Pero a renglón seguido, llega el cerebrito de turno, y decide: “Mi niña va a hacer la Primera Comunión, pero lo va a hacer por lo civil”. ¿Por qué va a quedarse ella sin traje blanco, corona de flores y fiesta con regalos?…Lo hará por lo civil.
La incultura es atrevida, pero aquí resulta irrespetuosa y un tanto lerda. Por muy anti religioso que ese padre sea, no creo que desconozca el auténtico sentido que posee la Primera Comunión: para los creyentes, es la primera vez que un niño/a recibe el misterio de la Eucaristía, es decir, el abrazo íntimo y real de Jesucristo y el comulgante.
Si este hecho no se produce, por falta de fe o desprecio de ella, la fiesta del niño en cuestión podrá ser llamada como les apetezca, pero Comunión, rotundamente no. Nadie está obligado a creer, pero sí a poseer un mínimo de conocimiento y respeto hacia lo que para los demás es un rito sagrado.
Lo ridículo de esa pretendida “comunión civil” es que sus promotores no hayan sido capaces de encontrar un nombre a esa tan deseada conmemoración para su infante, al que por otra parte no sé como explicarán su decisión de que no sea como los otros, imitando todo cuanto rodea al acto en sí, menos lo esencial. Algo de culpa tenemos quienes nos calificamos de cristianos y hemos hecho de ese día un acontecimiento pomposo y fuera de lugar que puede llevar a equívocos a los niños por exceso de consumismo.
Estamos cayendo en una serie de estupideces solo por afán de ser modernos, o “epatar”, como diría un francés. La tontería es de tal calibre, que puestos a ser originales y modernos, digo yo que también podríamos celebrar las Navidades civiles, cantando la Internacional o el Porompompero en lugar de villancicos, y colocando en el pesebre a Lenin, Hugo Chaves o Albert Rivera, que daría mejor.
Incluso la Semana Santa, ¿no les parece? Con Pablo Iglesias, Susana Diaz y Rajoy bajo palio mientras a lo lejos suena una saeta con letra de Joaquín Sabina.
Piénsenlo, por si acaso. Todo sea por lo civil.
Ana María Mata
Historiadora y Novelista
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