El legendario tango de Gardel y La Pera me sirve hoy de cabecera con la única modificación de los veinte por esos cuarenta a los que intentaré dar sentido en las líneas siguientes.
Conste que no desconozco la idea que del tiempo poseen la mayoría de pensadores actuales, (entre ellos recuerdo así de pronto a Fernando Savater y Salvador Pániker) quienes afirman que lo que llamamos “tiempo” no es más que una convención creada por el hombre para hacer más llevadera, en lo posible, el infinito presente, y tal vez, añado, para facilitar las muchas necesidades que de igual manera nos hemos ido fabricando como realidades imperativas. Sea como sea, todos nos entendemos cuando hablamos de años, días, horas…etc para referirnos a cualquier hecho de nuestras vidas.
Como nativa y habitante de Marbella, y quizás los que puedan conocer mi condición de historiadora, me preguntan con asiduidad algo que por otra parte creo haber dicho y escrito mil veces, pero que no tengo reparo en volver a contestar. La pregunta es en concreto: ¿Cuándo empezó en verdad esto de la fama del pueblo? Seguida de la correspondiente: ¿Y cómo erais de verdad los marbellíes antes de todo el jaleo? Entre los visitantes, turistas y nuevos residentes, existe, por lo que veo, una curiosidad legítima por saber si con anterioridad a lo que llaman todavía “boom”, Marbella era de verdad una ciudad viva, y más o menos coleando, o una entelequia fantasmal, una nebulosa geográfica que a lo sumo contenía en su interior un puñado de pescadores solitarios sumidos en somnolencia por efecto del sol y la hambruna.
A esta supuesta imagen de rincón perdido y casi abandonado por los dioses han contribuido mucho periodistas de poco calibre, y escritores similares, con definiciones parecidas a la anterior, cuyo objetivo, en determinadas ocasiones era resaltar la labor realizada por sus amos, fueran quienes fueran los mismos. Quiero decir, que aún hay quien piensa, por ejemplo y aunque parezca increíble, que antes de 1994, no poseíamos identidad y que la llegada del “Benefactor Providencial” fue quien nos la concedió. No se escandalicen con el dato, pues poseo testimonios escritos muy variados de figuras de la información donde aparecemos como desconocidos -o con muy poca relevancia- hasta que un determinado y orondo promotor nos lanzó al estrellato y la fama desde nuestra humilde condición anterior de “pequeño pueblecito de pescadores”.
A estas alturas podría decirse que una anda ya curada de espanto, pero como decía antes, siguen preguntándome por cuestiones parecidas, y quisiera ser capaz en el espacio que me deja el artículo de explicar lo que algunos parecen no querer oír.
Sin hablar de romanos o árabes, Conquista o Siderurgia del XIX, permítanme decir que en el año 1945, Marbella tenía ya más de 10.000 habitantes, el mismo clima que ahora muchos disfrutan, la bellísima sierra que nos libra de los vientos, y sí, pescadores experimentados, junto a un mayor número de agricultores, algunos buenos comerciantes, y los profesionales de rigor como médicos, maestros, juez y cura. Pero lo importante puede ser que a la llegada de Ricardo Soriano, nuestro primer turista de envergadura y promotor en potencia, los que tenían la suerte de vivir en Marbella tal vez no gozaran de la economía espléndida que después alcanzaron, pero vivían con placidez las delicias de formar una especie de gran familia en la que todos se conocían por nombre, apellido y apodo, y en la que nada importante tenía lugar sin el conocimiento general. El dinero podría escasear, pero no así la luz de límpidas mañanas invernales sin necesitar casi prenda de abrigo. De veranos sublimes entre barcazas, sombrajos y “zampullás” contemplando desde la orilla Juanar o La Concha, sin pantallas apabullantes de cemento. O la voz de algunos de los “Músicas”, gritando por las calles, “Al rico helado mantecado…”y Rafael, Angelita y el balanceo de unas barquitas de feria, las broncas de Roa, el policía o de “Potaje”, dirigiendo el tráfico a su manera.
De La Jaula, con sus Portillos, su campana y El Latero, las brillantes corbatas de Juanito, nuestro tonto tan querido, los giros de tronco de “Berenjena”, las biznagas de Mariquita, el maletín mágico de Manolito Cantos y los enfados perpetuos de Matita, el librero, asustando a los niños con su afán por el orden.
Parece que fue ayer, y sin embargo han pasado más de cuarenta años de aquella Marbella tan nuestra y tan querida. ¿Pobre? Sin duda, pero habría que revisar muy despacio lo perdido y lo ganado. Quisiera acabar con lo que sigue del tango: “Que feliz la mirada…” Ojala nuestros nietos cuando miren hacia atrás tengan algunas cosas bellas para el recuerdo. La materia prima, al fin y al cabo, sigue siendo la misma.
Ana María Mata
Historiadora y Novelista