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Artículo de opinión de Ana María Mata -Doble gentilicio

Siempre he pensado que en el desarrollo personal cuenta más todo lo que suma que aquello que restamos. Las aportaciones de índole diversa que vamos acumulando son signos de riqueza mientras que lo que por alguna razón no queremos asumir, acaba convertido en pérdida. Ocasiones existen en las que, incluso el desdoblamiento puede enriquecer nuestra experiencia vital.

Desde que tengo – como antes se decía- uso de razón, he aceptado como natural que el gentilicio que a los de Marbella nos correspondía era el de “marbellero”. Que su fonética sea o no atractiva es un tema distinto. Personalmente pienso que su sonido al vocalizarlo no es demasiado agradable, tal vez un poco hosco, pero no deja de ser una apreciación sin importancia. Lo cierto es que cuando lo pronunciamos o nos lo adjetiva alguien, nos reconocemos en él como lo que en realidad es: el gentilicio que nos define como tal desde el nacimiento.

En los últimos tiempos, y con añadida controversia, ha ido apareciendo lo que podemos llamar un nuevo gentilicio en boca y pluma especialmente de  escritores y periodistas. Se trata de “marbellíes”, adjetivo cuyo origen he intentado explicar más de una vez, ya que fue objeto de análisis entre los tristemente desaparecidos Fernando Alcalá, Francisco Cantos (ambos escritores de tronío), y quien escribe.

El historiador Guillen Robles, autor entre otros muchos libros de una espléndida Historia de la Málaga Musulmana, afirma en ese libro, que el término “marbellí” era el aplicado por los árabes a los oriundos de Marbella. Conocedor de ello, el periodista Víctor de la Serna en los tiempos en que veraneaba en la ciudad y desde aquí mandaba crónicas al periódico ABC, dio en llamarnos en dichas crónicas con ese apelativo, que según él le parecía más sonoro y bonito que el anterior.

Hasta aquí una simple anécdota que quedaría solo como tal de no ser por las discusiones que provoca a una parte destacada de mis paisanos. Como he sido testigo de algunas, creo que se ha tergiversado la decisión de Victor de la Serna, transformándola en un asunto de identidad.  Afirman algunos que los nacidos aquí, utilizamos el consabido “marbellero” para sentar diferencias con los llegados de fuera, a quienes denominamos con un ápice de superioridad por nuestra parte,“marbellíes”.

Nunca imaginé tal grado de susceptibilidad en algo tan simple como el nombre que debe darse a los habitantes de Marbella. Lo he escrito bien, no se confundan: habitantes de Marbella, residentes con permanencia incluida, sea cual sea el lugar donde la madre los parió, y valga la expresión como broma y no en sentido peyorativo. De una vez por toda debemos olvidar el rancio matiz que lleva acompañado el presumir de genealogía marbellera o marbellí.  Presumir de algo en lo que no hemos intervenido ni tiene más mérito que el azar, me parece de una pobreza mental de gran calibre. Otra cosa puede ser expresar la suerte que hemos tenido de ver la luz primera en esta ciudad y no en una de Noruega o Islandia, con mi excusa para ambos lugares. La calificación sería en todo caso para Marbella por ser como es, y me refiero en especial a los dones que la naturaleza le concedió y en los que para nada contaron con nosotros. Tampoco creo que debamos caer en el tópico chauvinista de creernos superiores, más bien en el hecho inteligente de sopesar todo lo que nos falta para ser la ciudad que deseamos y deberíamos ser.

Sobre la identidad, tampoco creo necesario caer en llanto y crujir de dientes por lo perdido. ¿A qué llamamos realmente identidad? Imagino que al conjunto de factores geográficos, espirituales y de costumbres que un grupo humano posee y lo hace distinto de otro. Solemos llamarlo Cultura para abreviarlos. Créanme si les digo que la identidad de Marbella no solo no ha sufrido pérdidas, sino que ha ido ganando en el gran proceso de cambio que hemos experimentado. A nuestros ritos, costumbres, folklore, lenguaje y hábitos, hemos sumado muchos de los pertenecientes a quienes un día decidieron cambiar sus lugares y acompañarnos día tras día. Hasta en moral hemos salido ganando, y la historia social se encarga de su estudio.  

Seamos realistas además de generosos. Marbella somos todos los que la amamos y vivimos en ella. Ahora tenemos dos gentilicios en lugar  de solo uno. ¿Tiene algo eso de negativo?  ¿Alguien quiere discutir por volver a las cavernas…?.

Ana María Mata
Historiadora y Novelista

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