Desde la Edad Media todo lo que contenía la tierra era propiedad del Rey. Por eso, cualquier actividad minera en España estaba controlada por la Monarquía. Todo ello cambió en 1825, cuando se separó la titularidad del suelo de la del subsuelo. A partir de entonces cualquier persona podía explotar las riquezas subterráneas. En Marbella, este cambio provocó un auge minero como nunca se había visto. El empresario Manuel Agustín Heredia creó una sociedad para explotar el hierro de la parte oriental de Sierra Blanca fundiendo el metal en la Ferrería de La Concepción con métodos revolucionarios y convirtiendo a Marbella en capital nacional de la siderurgia.
Mientras todo esto pasaba, la recóndita Cañada de las Encinas, junto a Nagüeles, se convertía en el objeto de deseo de otro tipo de actividad minera. En agosto de 1836 tres emprendedores marbellíes, Antonio Domínguez, Bernabé Chinchilla y Fernando Acosta, crearon la conocida como Sociedad de la Mina de plomo nombrada de Buena Vista. Tal y como explica el profesor José Bernal en su monográfico de Cilniana La Minería, uno de los propósitos de esta unión mercantil, como consta en el protocolo de constitución, será el “establecimiento de uno o más hornos para fundir el mineral que produzca la mina perteneciente a la Compañía y el que pueda comprar a otras. Para ello contratan como director al ingeniero don Francisco de Sales García, en esos momentos ayudante primero del Real Cuerpo de Minas”, lo que dice mucho de la importancia de este proyecto en una época en la que los Ingenieros de Minas tenían que formarse fuera de España.
Según explica Bernal, a pesar de que hubo problemas empresariales entre los socios, que provocaron reajustes en la sociedad inicial, la mina de “Los Tres Amigos” propició la creación de un pequeño núcleo manufacturero enclavado en la misma sierra.
Posteriormente, Pascual Madoz en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico para el año 1846 describe como en Sierra Blanca “hay otra famosa mina de plomo hacia la parte norte de la población: tiene un horno de fundición en el arroyo del Quejigo, produce diariamente de 16 a 20 galápagos de un quintal cada uno, sosteniendo como unas 20 familias”. La Mina de Buenavista llegó a tener una galería principal de más de 280 metros, con diversos ramales laterales, niveles y pozos, muchos de ellos actualmente inundados.
El plomo en aquellos años, y durante gran parte del siglo XIX, fue una de los principales productos exportados por España, junto al vino y el aceite. No es extraño pues que la Cañada de las Encinas, y barrancos aledaños, fueran explotados extensamente, hasta el punto de existir una “casta”, los macureros, que se dedicaban a buscar filones de plomo, excavando la sierra hasta encontrar el metal cuya concesión luego vendían en Marbella a gente más adinerada. De este modo, se explotaron minas como las de San Francisco, San Miguel, Desengaño, La Campana, San Marcos, Emilia, etc.
Todo este territorio minero vivió diversos altibajos. Se llegó a utilizar, ya en el siglo XX, camiones de pequeño tonelaje que recorrían el lecho pedregoso del río de las Piedras para trasladar el plomo a Marbella, desde donde se transportaba a Almería.
Toda esta actividad provocó la creación, entre 1836 y los años 60 del siglo XX, de un complejo minero en la Cañada de las Encinas, con corrales para las bestias que transportaban los lingotes de plomo, casas para los mineros dispersas por los barrancos, un polvorín para custodiar los explosivos, una red de caminos mineros que conectaban muchas de las minas entre sí y, junto a la Mina de Buenavista, un horno de boliche increíblemente bien conservado con su sistema de toberas y entradas y salidas laterales de aire, con zonas de lavaderos, cargadero superior y tragante, pilares de la planta de machaqueo, una acequia y diversas piscinas y varias edificaciones, entre ellas las Casas del Ingeniero y el Capataz.
¿Qué queda de todo aquello? Ruinas ¿Y qué sabemos de los restos aún conocidos? Casi nada. Queda mucho en pie, a pesar de paso de los años, y mucho más por descubrir y conocer. Porque todo el complejo minero de Buenavista, y la veintena de minas que están identificadas, apenas ha sido estudiado e interpretado por expertos como historiadores o ingenieros de Minas.
CILNIANA
Cilniana en 2010 dio el primer, y casi único, paso para poner en valor parte de la zona de Buenavista. Limpiaron la zona del horno de boliche, desbrozando y sacando a la luz el muelle de carga del mineral, albercas y otras construcciones mineras. “Sacamos innumerables bolsas de basura que había arrojado dentro del horno un ermitaño que vivía un poco más arriba y despejamos una parte importante de esta zona minera”, explica el entonces presidente de Cilniana Francisco Moreno. En 2015 la delegación de Medio Ambiente organizó, junto con alumnos de un instituto de Marbella, una visita interpretativa que culminó con la instalación de una valla perimetral de madera en la zona del horno. Y en 2017 miembros de Medio Ambiente pusieron una verja cerrando el interior de la Mina de Buenavista para evitar posibles accidentes. Esto es todo lo que se ha hecho para poner en valor este complejo minero.
Tal y como contó la historiadora Catalina Urbaneja en un artículo publicado en el Diario Sur, “Plácida Donoso, nieta del último capataz del complejo minero, Antonio López Guerrero, me contó viejas anécdotas escuchadas a su madre. El horno se abastecía de carbón vegetal y se perdieron las encinas, robles y alcornoques de los montes cercanos que, tras la Guerra Civil, fueron sustituidos por pinos. A la mina se accedía por dos vías, la de las bestias, más larga y cómoda, y una vereda que partía de la venta situada en la N-340, un camino más accidentado que solían utilizar los cabreros”.
Un libro que pretende ser un punto de partida
Dolores Navarro, presidenta de la asociación Mujeres en las Veredas, está a punto de publicar un libro llamado Cañada de las Encinas, con el que pretende aportar algo de conocimiento sobre esta parte de Sierra Blanca y su historia minera. Será el primer escrito exhaustivo que analice todos los valores topográficos y mineros de la zona. “Yo no tengo la formación que tienen los historiadores o los ingenieros pero creo que es importante poner por escrito todo lo que sé sobre esta parte de Sierra Blanca”, explica Navarro, seguramente quien más ha hecho en Marbella por poner en valor nuestras montañas y los senderos y veredas que las recorren.
Dolores ha identificado una veintena de minas en toda la zona de la Cañada de las Encinas. “De las conversaciones que he tenido con gente mayor y pastores me decían que esa parte de la Sierra era como un queso de Gruyere de tantos agujeros que tiene. De hecho, aseguraban que varias de esas minas estaban interconectadas entre sí”.
Según esta experta exploradora de Sierra Blanca, mucho es lo que puede hacerse para mejorar el conocimiento de este complejo minero enclavado en el corazón de nuestras montañas. “Marbella no ha cuidado su historia, es muy importante que se conozca mejor esta parte de nuestro pasado porque se lo debemos a tantos y tantos mineros que se dejaron la salud explotando el plomo. Es una historia tan rica y tan importante, que además ha dejado una huella en el territorio, que merece ser conocida”.
Dolores tiene muchas ideas para poner en valor el pasado minero y las estructuras que aún se conservan. “Se podría hacer un centro de interpretación en la casa minera que hay justo antes del horno, donde se pudiera explicar cómo fue el trabajo de la minería en la Cañada de las Encinas. También se podría preparar la Mina de Buenavista para que pueda ser visitada con un guía que dé una explicación”, explica. La presidenta de las Mujeres en las Veredas vería también factible preparar unos itinerarios mineros que pasaran junto a alguna de las minas, aprovechando en parte los caminos mineros. “Otra opción espectacular y factible sería abrir una ruta directa a La Concha desde Buenavista, subiendo por el camino minero que asciende al Puerto de Carboneros. Sería un ascenso netamente marbellí, para senderistas con experiencia y uniría nuestro pasado minero con el disfrute de la Naturaleza”, asegura Dolores.
Navarro tiene claro que poner en valor tanto el complejo minero de la Cañada de las Encinas como las veredas y senderos que la recorren ayudarán a traer un tipo de turismo nacional e internacional fuera del saturado periodo estival. “Marbella tiene una auténtica joya y no son sus playas: es Sierra Blanca. Nuestras montañas, con toda la riqueza natural e histórica que contienen, podrían servir como reclamo de muchos extranjeros que buscan algo más que sol y playa en otoño, invierno y primavera”.
Durante muchas décadas, de forma intermitente, marbellíes de muchas generaciones se dedicaron a la arriesgada profesión de la minería del plomo, buscando un porvenir mejor que el de trabajar de jornaleros agrícolas o en la mar, donde los sueldos eran menores. Muchos se dejaron la salud y la vida excavando las entrañas de Sierra Blanca. Dejaron atrás caminos mineros, ruinas de todo tipo y decenas de minas. Que merecen ser estudiadas y divulgadas para tener un mejor conocimiento de nuestro propio pasado.