El honor ha de ser la principal divisa del Guardia Civil; debe por consiguiente conservarlo sin mancha. Una vez perdido no se recobra jamás.
Primer Artículo de la Cartilla del Guardia Civil aprobado por el Duque de Ahumada en 1844.
Siete meses después del comienzo de la Guerra Civil, en los comienzos de 1937, el ejército franquista ocupó Marbella. El municipio se rindió casi sin lucha y el frente de combate pronto se desplazó hacia Málaga. Parecía que lo peor había pasado para los habitantes de Marbella y San Pedro hasta que el 10 de febrero llegó el capitán de la Guardia Civil Manuel Gómez Cantos a la cabeza de su Grupo Móvil para aplicar durante diez días un régimen de terror y represión que dejó decenas de muertos en Marbella. Un recuerdo que aún pervive en la memoria de muchos mayores y descendientes de los asesinados en nuestro municipio.
Este reportaje trata sobre este oficial de la Guardia Civil que usó y abusó de su cargo en Marbella y en otros lugares de España antes, durante y después de la Guerra Civil. Él es el protagonista de este relato.
Manuel Gómez Cantos nació en San Fernando (Cádiz) un 25 de marzo de 1892. Era hijo de un modesto oficial tercero de Archivos de Marina y alcalde de la localidad. Con 20 años ingresó en la Academia de Infantería de Toledo, en 1912 (XIX promoción). Una edad elevada si se compara con otros cadetes que también entraron ese año, ya que algunos contaban 15 años.
El mayor conocedor de la vida y fechorías de este sujeto es el profesor Francisco Javier García Carrero, autor de «Manuel Gómez Cantos. Historia y memoria de un mando de la Guardia Civil». Sobre sus primeros años destaca que “su expediente en la Academia es de una mediocridad total. Incluso no logró graduarse en el verano de 1915, como la inmensa mayoría de sus compañeros, y tuvo que esperar a los exámenes extraordinarios de septiembre para poder ser nombrado segundo teniente de Infantería”.
Según explica este profesor, tras un periodo de servicio en África, Gómez Cantos decide integrarse en la Guardia Civil, “ya que, aunque se ascendía más lentamente, se cobraba más”.
Su primer destino importante fue El Puerto de Santa María, población en la que estuvo desde 1920 hasta 1925. “Aquí se inició otra de las prácticas menos conocidas de este oficial, la acumulación de deudas, débitos a múltiples personas, lo que en su expediente personal se denomina “deudas injustificadas” que le provocaron un traslado forzoso que le llevó hasta La Rambla (Córdoba)”, explica García Carrero. En la localidad cordobesa tuvo nuevos problemas, como “detención ilegal de vecinos de la localidad” y diversos enfrentamientos con las fuerzas vivas de la localidad a los que amenazó con “darles una paliza”, que llegó a producirse en algún caso. Vicisitudes que le provocaron juicio y condena, aunque muy leve. “Después fue destinado a la Comandancia de Cáceres, en la que volvió a mostrar su cara de deudor confeso que se supo después de la denuncia que le puso un vecino por el adeudo de 1.000 pesetas”, señala el profesor García Carrero.
Gómez Cantos fue dejando un rastro de deudas, violencia y abusos del cargo por otros lugares por donde pasó como Écija o Puente Genil. Hasta recalar en Marbella.
En nuestro municipio pasó un primer periodo de algo más de dos años, de inicios de 1934 hasta la primavera de 1936. “Al igual que en las demás poblaciones, las disputas fueron con campesinos, dirigentes obreros y deudas como la que tuvo con la casera de la casa que tenía en alquiler (quien pagaría por ello trágicamente)”, cuenta García Carrero.
El final de su estancia en Marbella viene determinado por la victoria del Frente Popular en las elecciones generales de febrero de 1936. Las nuevas autoridades locales, entre ellas Salvador Rodríguez Agudo y Francisco Romero Añón, emitieron un informe en el que solicitaban el traslado de Gómez Cantos. Las presiones de estos dirigentes locales dieron sus frutos y el oficial de la Guardia Civil fue trasladado de nuevo, este vez a Extremadura. No sabían entonces que volvería a Marbella en menos de un año y desencadenaría una venganza que aún hoy recuerdan algunos mayores de Marbella.
“Gómez Cantos parecía tocado por un halo misterioso que le permitía salir de todos los embrollos en los que estuvo involucrado, y fueron muchos, sin un castigo ejemplar. Un cambio de destino y algún arresto menor fueron las penas más graves que les fueron impuestas hasta el final de la Segunda República. Cuando se inició la guerra, la “suerte” de Gómez Cantos cambió totalmente. Fue un guardia muy bien valorado por los militares rebeldes, era el típico modelo de mando que los sublevados demandaban para llevar a cabo la misión que se habían propuesto, que no fue otra que neutralizar y acabar con todos los que ellos consideraban desafectos al régimen político que querían implantar en España”, aclara García Carrero.
Tras el estallido de la Guerra Civil, Gómez Cantos se puso al frente de un Grupo Móvil, cuya misión era desplazarse a poblaciones conquistadas por el bando nacional para ejercer, pura y simplemente, la represión. Gómez Cantos hizo tan bien su cometido que el propio Virrey de Andalucía, el sanguinario general Queipo de Llano, llegó a decir en alguna ocasión que “ojalá tuviésemos muchos Gómez Cantos”. Queipo fue su gran valedor, durante y después de la Guerra Civil, y bajo su paraguas protector el capitán de la Guardia Civil pudo cometer todo tipo de abusos y asesinatos.
El 19 de enero de 1937 las tropas rebeldes ocuparon Marbella. Tal y como se relató en Diario de Cádiz: “las tropas nacionales completaron la toma de Marbella, una población situada en la costa a unos cincuenta kilómetros de Málaga. En la operación y junto al Ejército tomaron parte banderas de Falange de Rota y Algeciras. Las tropas nacionales estaban al mando del coronel Francisco de Borbón. Al entrar en Marbella la población salió a la calle para abrazar a los soldados. Las tropas han capturado un importante material de guerra, además de causar al enemigo infinidad de bajas. El mando militar adoptó las medidas necesarias para normalizar la vida en la población”.
EL GRUPO MÓVIL LLEGA A MARBELLA: COMIENZA LA REPRESIÓN
Tres semanas después, el 10 de febrero, llegó a Marbella, procedente de Mérida, el Grupo Móvil de Gómez Cantos, compuesto de 70 efectivos (un capitán, un oficial, dos brigadas, dos sargentos, cuatro cabos, dos guardias primeros, un corneta y cincuenta y siete guardias segundos). Durante diez días, disfrutó de su poder y fue árbitro de la situación en toda la demarcación. “Gómez Cantos no llegó a Marbella para castigar las muertes producidas durante los siete meses que esta población estuvo en manos republicanas. Su misión era vengar la afrenta que muchos de los dirigentes locales habían realizado al capitán de la Guardia Civil cuando estuvo allí destinado”, puntualiza García Carrero.
Según relata el Cronista Oficial de Marbella Fernando Alcalá Marín en su libro “Marbella, Segunda República y Guerra Civil”, lo primero que hizo Gómez Cantos a su llegada fue “cesar fulminantemente al jefe de arbitrios, a siete vigilantes, al guarda del cementerio, a dos enfermeras del hospital y a un oficial de secretaria, todos ellos del Ayuntamiento. Perder un destino remunerado, cuando se tiene una familia, y en periodo de crisis, es grave, pero hay castigos peores…”
Gómez Cantos llegó con una lista de personas a quienes tenía en el punto de mira mayoritariamente por motivos políticos. Sobre este punto no tiene dudas la profesora universitaria Lucía Prieto, que ha investigado en profundidad este periodo convulso y trágico de nuestra historia y estima que unas 40 personas fueron directamente asesinadas por orden del capitán de la Guardia Civil. Esta docente ha publicado diversos libros sobre la represión y la guerra civil y colaboró activamente para instalar la placa que hay en el cementerio de San Bernabé donde se recogen los nombres de los marbellíes muertos en la represión.
Las ejecuciones comenzaron casi de inmediato: tras las tapias del cementerio, en el Camino del Faro, en la Huerta de los Cristales y en el paseo de la Alameda, hasta en las puertas del Casino. En este último lugar, según relata el Cronista Oficial de Marbella en su libro, Gómez Cantos, en presencia de gran parte de la población para dar ejemplo, ejecutó a dos hombres, “tras pasearlos por el pueblo portando carteles infamantes”. También se ejecutó a miembros de sindicatos agrarios de las colonias de El Ángel y San Pedro.
Lucía Prieto tiene la teoría de que Gómez Cantos tenía prisa por ejercer su violencia antes de que se instauraran los Tribunales Militares. «No es que estos tribunales fueran menos sanguinarios que Gómez Cantos, pero por lo menos daban la apariencia de procedimiento legal”, puntualiza. Según explica la profesora, los nacionales, un día después de ocupar Málaga, ya instauraron Tribunales Militares y comenzaron muy rápido a imponer penas de muerte. “Yo sostengo la teoría de que Gómez Cantos tenía prisa por tachar todos los nombres de la lista que traía, a los cuales conocía muy bien tras su estancia pasada en Marbella. No quería interferencias de otras instancias y por eso creo que llegó a presionar ante el gobernador de Málaga para que soltara a algunos presos marbellíes detenidos en la capital y, en cuanto llegaron a Marbella, los ejecutó, a pesar de que eran personas moderadas”. El Tribunal Militar se instauró en Marbella en marzo de 1937, tras la partida de Gómez Cantos.
Especialmente trágico fue el trato que el capitán de la Guardia Civil dio a la casera a la que dejó dinero a deber durante su estancia en Marbella en 1934-1936. A ella, que estaba embarazada, a su marido y a su hermano los asesinó fríamente, dejando cuatro hijos huérfanos.
Según explica Prieto, uno de los lugares donde se concentró parte de la represión fue en la zona de la Venta Nueva de Ojén. Allí se ajustició a muchas personas de Casares, Estepona, Ojén, Marbella, etc., que volvían de Málaga hacia sus pueblos tras la ocupación de la capital. Fueron enterrados en una fosa común.
Tras los diez días de terror, Manuel Gómez Cantos partió de vuelta a Mérida, no sin antes anunciar a su jefe Queipo de Llano: “terminada misión justiciera con ejemplo máximo en Ojén”.
DESPUÉS DE MARBELLA
Unos meses después, en octubre de ese año, Gómez Cantos fue propuesto por Queipo de Llano para que fuese Jefe de Policía del 2º Cuerpo de Ejército, cuya misión principal era el traslado de prisioneros. Para ello tuvieron que habilitarle como comandante. Según relata García Carrero, “sus prebendas no terminaron aquí porque, gracias a su faceta represiva, fue escalando en puestos de gran responsabilidad: Delegado de Orden Público en la provincia de Badajoz desde enero de 1938. También le concedieron la Medalla Militar y en marzo de 1939 fue nombrado gobernador civil de Pontevedra”.
Posteriormente fue destinado a Cáceres, su último destino activo, para ponerse al frente de la persecución del maquis durante los seis años que van entre 1939 y 1945.
El final de la carrera militar de Gómez Cantos tiene un nombre: Mesas de Ibor. En este pueblo extremeño, en la primavera de 1945, una partida de 40 miembros del maquis sorprendieron a los guardias civiles destinados allí, ocuparon el pueblo varias horas y les sustrajeron armamento y vestuario tras herir de muerte a uno de ellos. Cuando el ya entonces teniente coronel Gómez Cantos se personó en Mesas de Ibor ordenó fusilar a tres de los guardias civiles, sumariamente, sin juicio previo, “por cobardía ante el enemigo”. Sin embargo, el sanguinario oficial no supo valorar que no es lo mismo matar a sindicalistas o anarquistas durante la Guerra Civil que a guardias civiles varias años después de terminado el conflicto y sin contar por aquel entonces con el paraguas protector de Queipo de Llano.
“Pensó que saldría impune porque siempre había salido indemne de todos los sucesos luctuosos en los que estuvo involucrado. Gómez Cantos será detenido por los sucesos de Mesas, luego juzgado por “abuso de autoridad” y posteriormente condenado a prisión. Fue un suceso que nunca entendió y nunca dio crédito a lo que le había sucedido. De hecho, cuando se refería a este tema siempre afirmaba “supuesto delito de abuso de autoridad””, señala García Carrero. Fue condenado a prisión, en la que estuvo unos meses, y al pago de 10.000 pesetas a cada una de las viudas de los guardias de Mesas de Ibor y, cómo no, no cumplió con la totalidad de la indemnización debida a los familiares de los guardias civiles asesinados.
Manuel Gómez Cantos murió en 1977 en Madrid, plácidamente en la cama. El eco de su sanguinaria represión aún retumba en la mente de muchos de los familiares de los represaliados por este oficial de la Guardia Civil allá por donde pasó. Además, el daño que hizo a la propia imagen de la Benemérita está aún presente. El historiador García Carrero, cuando visitó el Archivo de la Guardia Civil en Madrid para documentarse para su libro, relata que el oficial que le aportó la documentación le confesó que: “este guardia ha hecho más daño a la imagen del Cuerpo que todos los etarras juntos”.
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