No es necesario ponerse la camisa nueva y menos aún colocar el brazo en alto; por fortuna todo eso prescribió, aunque dentro de quienes tanto tiempo lo cantamos suene un ligero recuerdo, a medias entre el miedo y la nostalgia, que acaba en un triste ruido de sables lejanos.

Esto es el aquí y el ahora de una ciudad que prevé  cuadriplicar su aforo dentro de unos días debido a que una multitud desea encarecidamente poner no solo la cara, sino todo el cuerpo frente a este sol que, aunque pertenece a la familia y vive con nosotros, es más él, y trabaja más a fondo cuando el verano asoma su nariz.

Se espera calor fuerte y hasta extremo porque el planeta está sobrecalentado y no sabe nadie como hacer para apagar su fuego; bueno, saberlo se sabe, los científicos están hartos de condenar las emisiones de gases, la alta toxicidad atmosférica, los residuos ambientales y cosas parecidas. Pero a los humanos todo eso nos suena a chino y solo queremos, -cual reencarnación de lagartos antediluvianos-, ponernos frente al sol y sentir como nos achicharramos lo más pronto posible.

Marbella huele ya a bronceador y chiringuito a toda marcha. Arden las playas, los vendedores de hamacas sonríen, lloran las sardinas esperando la caña que habrá de atravesarlas, los flotadores infantiles suben de precio y la poca arena gris con que contamos cumple su misión de quemarnos las plantas de los pies. Todo en orden para adentrarnos en el viejo Mediterráneo y sentirnos por un instante inmersos en su inmensidad.

¡Al agua patos! Gritaban antiguas voces de madres y abuelas. Quizás sigan haciéndolo hoy. La Bajadilla, El Fuerte, La Fontanilla, Casablanca, El Ancón. En cualquiera de ellas, deberíamos gritar ahora: “a las piedras…”

 y ponerse un casco aquellos que gustan de tirarse de cabeza al líquido elemento.

Gran problema el de Marbella y sus playas. Viejo, sin duda. Enquistado en nuestro curriculum como factor negativo especial. Por mucho que proclamen las banderas obtenidas, que no sabemos cual es el criterio con que las enjuician. El centro de la ciudad, las playas más concurridas, poseen la arena mínima para instalar hamacas y toallas particulares. La Bajadilla  ni eso. Entrar en el mar es jugar una batalla con los pedruscos que tras el rebalaje esperan al novato para romperle un tobillo, incluso una pierna. Puede que si tiene suerte y el agua está fría no encuentre el latigazo eléctrico de una medusa, pero se encontrará sin remedio con residuos variados flotando cerca de su bañador último modelo. Con “nata” añadida para que disfrute del espesor.

Nadie parece darse cuenta de estas cosas. De los comentarios entre visitantes y residentes sobre la dificultad del baño, lo poco placentero que resulta venir a Marbella si el objetivo principal es disfrutar del Mediterráneo y sus playas.

Estamos apurando la paciencia turística del bañista. Sinceramente, a veces, me planteo si tal y como funcionan estas cosas, vendría a Marbella con mi familia o buscaría playas más preparadas, limpias y cómodas. En verano no podemos jugar solo la baza del clima y dormirnos en laureles inútiles. La Administración del Estado, Fomento o Costas merecen un castigo de los habitantes que les han votado por su desvergüenza al ignorar que Marbella vive esencialmente de turismo y por ella entran el mayor número de divisas.

No hay derecho a que nos ninguneen gobierno tras gobierno sin que ninguno acometa las reformas indispensables para atajar estos problemas.

Me pregunto que pasaría si, como en Fuenteovejuna, todos decidiéramos no pagar impuestos un año al menos, para mostrar nuestra indignación. Una huelga que les abriera los ojos, haciéndoles ver que si tanto quieren gobernar los “Cuatro Jinetes” y con tanto empeño, no basta con salir en televisión, visitar mercados o besar al personal por las calles. Hay que actuar, y hasta ahora no conocemos la eficiencia de ninguno cuando ya han tomado posesión del sillón de mando.

Es posible que Marbella sea una “Marca” como algunos dicen, pero las marcas cambian de nombre, de fama y de ser objeto de deseo en cuanto a alguna de ellas se le encuentra un defecto importante. Insisto en que estamos abusando de lo conseguido en lugar de mirar bien  todo lo que nos falta para seguir manteniendo el tipo y la categoría. Admítanme un ejemplo: ¿Imaginan una estación de esquí, famosa, glamourosa si quieren, con lindas casas de madera, en las que al lanzarte con tus esquís encuentres en lugar de nieve piedras puntiagudas?…Hasta Gstaad, o Baqueira tendrían que cerrar sus puertas. La clase y el señorío, si se cree tener, hay que cuidarlo y tratarlo con mimo.

Se que hay otras cosas igual de importantes de cara al sol y el verano, como el trato en restaurantes, comercios, bares y lugares públicos. Como la limpieza absoluta de calles, barrios y plazas. O el buen funcionamiento de todos los transportes públicos. No digamos la seguridad ciudadana, motivo por el cual tendremos visitantes rebotados de lugares como Oriente Medio, incluso Francia o Bélgica. Y si a ello le unimos eventos lúdicos y culturales, organizados con imaginación y conocimiento de causa, aseguraríamos –casi- el lugar que creemos tener en la España turística.

Para empezar, protestemos con fuerza del estado de las playas, de las piedras, y recordemos cómo muy cerca, otros lugares poseen además de arenas doradas y aguas transparentes, precios asequibles y gente amable que no se tienen por el ombligo del mundo.

Un poco de humildad y un mucho de esfuerzo. Para ponernos todos cara al sol. Lo de camisa nueva o vieja son, por fortuna, fantasmas del pasado.

Ana María Mata
Historiadora y Novelista

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