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El Catedrático de Economía en la Universidad de Yale y Premio Nobel de su disciplina en 2013, Robert J. Shiller, es conocido por haber anticipado las burbujas tecnológica y subprime en su best seller “Exuberancia irracional”. Esta expresión, acuñada por Alan Greenspan, Presidente de la Reserva Federal entre 1987 y 2006, hace referencia al “pensamiento positivo de los inversores que, por sus mismas características, les impide ver la situación real”.
En cierto modo, lo que dice Shiller es que nos pasan las cosas que nos pasan porque nos las contamos como nos las contamos. En su más reciente obra: “Narrativas económicas” (2019), Shiller las identifica como “vectores que provocan cambios profundos y rápidos en la cultura, la sociedad y el comportamiento económico de cada época”. Y propone su estudio a través de la historia como herramienta para anticiparnos a eventos financieros de elevado impacto como cracks, depresiones, crisis, booms, etc. Aquí hace un especial e interesante estudio de la narrativa de moda en la actualidad: Bitcoin.
Existe un doble filo en la teoría que propone y estudia Shiller. Si, como defiende el Nobel, las narrativas imperantes en determinada época y lugar pueden explicar fenómenos económicos de alto impacto, también es cierto que podría ser plausible generar de modo intencionado la constelación narrativa que pudiera mover la economía en determinada dirección. En este sentido, Shiller es muy explícito cuando advierte de que no importa demasiado que el origen de una narrativa económica sea una verdad evidente o una flagrante mentira, lo importante es que sea susceptible de viralizarse.
En la aldea global, el boca-a-boca que se hace viral, es capaz de mover las voluntades y guiar las decisiones de innumerables individuos, que como piezas perfectamente engranadas de una colosal maquinaria, se mueven al unísono al compás de una música interpretada y transmitida capilarmente. La capacidad para insinuar de modo eficaz la melodía que ha de ser ejecutada en cada momento es un poder que ambicionaría cualquier grupo de interés o élite oligárquica.
El poder de las narrativas no es algo descubierto en nuestro siglo por Robert Shiller. Tenemos bastantes ejemplos de pensadores y obras que establecen una profunda relación entre los relatos y la realidad, entre las palabras y el mundo.
Ludwig Wittgenstein publica tras grandes esfuerzos su Tractatus Logico-Philosophicus en 1953. Es un libro escrito a base de aforismos asertivos o proposiciones. La 5.4., establece: “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”. La relación entre cómo explicamos la realidad y la realidad misma queda establecida a modo de sentencia.
En 1966 sale a la luz la primera edición francesa de Las palabras y las cosas, de Michel Foucault. En su prefacio, Foucault informa de que toda la obra parte de un texto de Borges, “El idioma analítico de John Wilkins”, en el que el autor argentino expone una clasificación imposible que aparece en cierta “enciclopedia china”. Tal enumeración imposible hace reír a Foucault pero acaba generándole cierta ansiedad. Y la reflexión al respecto de la falta de orden que impera en aquella absurda clasificación, le lleva a la proposición principal de su obra: los conocimientos (que él llama epistemes) son inconmensurables. Es decir, cada época y lugar tiene su propia manera de entender el mundo, y una no es explicable desde los mimbres narrativos de otra. No es la realidad lo que describimos, sino la percepción histórica que nuestro lenguaje nos permite atisbar en épocas pretéritas.
Como Shiller, Foucault no necesita que algo sea verdad, sino más bien, que sea compartido. Que sea viral.
Tomar decisiones de inversión sobre la base de una narrativa viral (invertir en Bitcoin al calor de las controvertidas decisiones tomadas últimamente por Elon Musk) puede significar asumir riesgos desproporcionados a tenor de la contrapartida potencial.
Existen grandes diferencias entre invertir y especular. El cortoplacismo o incluso la inmediatez y una aparente facilidad, son características de la especulación. Entender el negocio al que asignamos nuestros ahorros, para participar de los beneficios de una buena empresa que se adecúa a nuestra escala de valores, es una de las notas objetivas de la inversión.
Si va a dejarse llevar por una narrativa económica para tomar decisiones de inversión, al menos indague en lo que subyace a la misma. No vaya a verse envuelto en situaciones como las que describe Gela Babluani en su impactante película 13 Tzameti. Quienes la conozcan entenderán que el conocimiento previo puede ser determinante.
Ver publicaciones anteriores de Francisco Romero. Asesor Financiero en Caser A.V. Asociado EFPA 30478
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