Bono alquiler joven (250€/joven); bono cultural (400€/joven) (ex -tauromaquia); reducción del máximo anual de aportación a planes de pensiones personales a 1.500€ desde 2.000€, y 8.000€, previos, con nulo recuerdo o incentivo al ahorro de los autónomos; indexación de las actuales pensiones al IPC; intervención del mercado de la vivienda para “permitir la transformación y modernización del sector de la construcción, de modo que actúe como motor de desarrollo”; “armonización” del tipo mínimo real del Impuesto de Sociedades, y un largo, y aún por descubrir, etcétera.
Estas son algunas de las últimas medidas que ha ido anunciando el Gobierno destinadas a “convertir a España en un país más productivo, competitivo y sostenible, a garantizar que la mejora económica llegue al conjunto de las familias y a fortalecer el Estado del bienestar”.
O traducido al español de España: aquí de lo que se trata es de fortalecer el Bienestar del Estado (y los que de él maman a carrera abierta). Y para ello, lo que vamos es hacer es dar una limosnilla a los jóvenes, esos que no pueden acceder al mercado laboral ni a la vivienda, salvo la vía oKupa (de gran arraigo en algunos sectores del Gobierno), para que sepan quién les paga sus conciertillos y olviden un rato su lamentable situación. Así podrán luego ir más descansados y con plena energía a quemar calles y mobiliario urbano cuando lo ordene el cabecilla de turno.
Lo de que la gente ahorre para su jubilación, lo desincentivamos, que paguen las empresas, que son muy malas. A los autónomos “que les vayan dando” pero entiéndase bien, el Estado no, otro, que a mí se me ha hecho bola. Eso sí, subir las pensiones según el incremento de la inflación, eso sin duda, a eso invitamos todos. En palabras de Nadia Calviño, “no creo que nadie en nuestro país esté en contra de ponerse al lado de nuestros mayores, que tan mal lo han pasado”. A la pregunta de con qué se paga eso (se estima el sobrecoste en más de 2.000 millones de euros), se silba la marsellesa completa mirando para otro lado, no vaya a ser que nos brote tararear el himno español y nos violen en pandilla en cualquier furgoneta del centro de la ciudad. Esto le ha pasado a una mujer hace pocos días por hacer deporte con una camiseta de un partido político. Pero no se preocupen que ahora por mirar para otro lado ante una violación en grupo, no sólo no condenarla sino no decir nada al respecto, te caen 500 millones de euros de los Presupuestos Generales para dirigir el ministerio de Igual Da. Porque está demostrado que si una mujer no piensa como dicta el “todeísmo” de nuevo cuño, (decline conmigo: toda, todo, tode; chalá, chalao, chalé), no sólo deja de ser mujer y por tanto, sujeto –sujeta- de derechos, sino que se convierte ipso facto en patrocinado objeto -¿objeta?- de escarnio, desprecio y olvido.
La palabra zarandaja, sobre todo usada en plural, zarandajas, designa principalmente, en sentido real o figurado a cosas menudas sin valor, a tonterías o nonadas.
La palabra, atestiguada en los siglos XV y XVI con diversas variantes como çarandaja, sorondaja y serondaja, designa en origen a frutos tardíos sin valor porque maduran mal y a legumbres que se cosechan tardíamente. Provendría del adjetivo serotinus (tardío, que se cosecha tarde), empleado por Columela y Plinio, aplicado sobre todo a productos del campo, y por Séneca en sentido figurado para lo que se produce en una etapa tardía de la vida siendo más bien propio de la juventud. Todo esto se puede leer en diversas etimologías de la zarandaja.
Es curioso cómo la RAE las considera en tan poco que ni siquiera las define en el extendido uso plural sino que remite al singular (masculino o femenino). Y nos indica que estamos ante alguien despreciable, si la referimos a personas; a cosas menudas y sin valor, o de importancia muy secundaria. E incluso nos regala un último sentido referido al “desperdicio de las reses”. Que es un desecho orgánico, vamos.
Se me ocurría estos días atrás, mientras iba escuchando por la radio o leyendo en prensa el rosario de paridas que pergeña con denuedo éste nuestro Gobierno, que todas ellas no eran más que eso, zarandajas, y sin embargo, pensándolo un poco más, no dejo de atisbar que más que cosas de menor importancia o secundarias, que lo son si se considera exclusivamente su capacidad para cambiar a mejor la situación de nuestra sociedad, integran un premeditado y medido plan hasta en sus más pequeños detalles.
Terminé la semana pasada un magnífico libro de Daniel Lacalle: “Libertad o Igualdad”. En él, el autor desarrolla a mi entender tres ideas básicas: primero, que el aparato burocrático del Estado sólo busca su propia supervivencia y hará todo lo necesario para garantizársela. En segundo lugar, que la manera más sostenible de aportar soluciones a los problemas sociales es aplicando las soluciones del libre mercado. Por el contrario, el Estado, no busca la solución sino la perpetuación de medidas sin sentido económico, ineficientes y ruinosas, que sólo consiguen mantener la superestructura que promueven: véase, observatorios, entes instrumentales, asesores externos, etc. Y, por último, que el socialismo y el comunismo no han sido nunca una buena idea mal implementada; sino una mala idea que genera consecuencias desastrosas. Sin más, no funcionan, y cuando se insiste en su implantación suponen indefectiblemente una cesión de la propia libertad que nunca tiene como recompensa la seguridad anunciada, sino todo lo contrario.
Podría parecer que las últimas medidas del Gobierno son eso, zarandajas, chorradas, nonadas e insultos a la inteligencia de los ciudadanos por parte de quien, por incompetencia, no dispone de un plan efectivo para aportar soluciones y no hace más que dar palos de ciego o de actuar como pollo sin cabeza.
Pero debemos considerar además una posibilidad mucho más inquietante: que efectivamente estas medidas son parte de una plan milimétricamente estudiado cuya aplicación nos lleva a aceptar como lógico e incluso necesario y deseable, el engorde del Estado que vorazmente se nutre tanto de nuestro patrimonio, en pro del bien común y la justicia social; como de nuestra libertad, sacrificando la propia iniciativa en pro del supuesto interés general.
Ver publicaciones anteriores de Francisco Romero. Asesor Financiero en Caser A.V. Asociado EFPA 30478
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