Tras unos meses en barbecho, ahora comienzo a compartir una investigación vital. Vital por alcance en el tiempo, pues no creo que pueda tener propiamente un final; y vital, de nuevo, por significación intrínseca, porque, gracias a Dios, la filosofía moral no es una ciencia exacta.
Librosparaserlibres explora tanto la posibilidad como el hecho de la libertad en el tiempo de la posverdad.
“De hijastros y maridos corruptos nos libre Alá”, podría comenzar un Borges posverdadero un nuevo Aleph. Porque aparentemente nadie es responsable más que del momento presente, puesto que el pasado sólo puede expiarse o celebrarse, pero el propio normalmente, no el de los demás, por muy cercanos que nos sean. Y el futuro es una incógnita que transformamos en pasado cuando habitamos el presente.
¿Se puede ser libre en todo momento? ¿Incluso cuando los seres queridos o más cercanos se vuelven indeseables? ¿No les debemos –por responsabilidad- una cierta lealtad? Hablo de aquél vecino cuya mujer permanece –al lado- fiel a su marido cuando la deriva vital de éste (sí, con tilde) desemboca en la ilegalidad, la cárcel, la insolidaridad o el delito. O, por el contrario, ¿habría que huir –para seguir siendo libres- de esta atadura congruente del amor (filial, conyugal, paternal)? ¿Qué responsabilidad le toca o le es imputable a quien permanece al lado del delincuente o del corrupto por amor, lealtad, responsabilidad o inercia?, adónde voy yo ahora, a estas alturas de mi vida. ¿Qué es ser libre en esta circunstancia mía?
Sin duda, esta es una buena aproximación a la caleidoscópica paradoja de la libertad.
Y ahondando más, ¿qué papel tiene la intención -recta o torcida- en la libertad de una misma acción cuando es vista –juzgada- desde fuera? ¿Se puede ir contra la propia conciencia? ¿Contra las lealtades que nos definen como personas en este mundo nuestro: hijo de, marido de, empleado de?
Estas derivas y planos inclinados de la acción nos llevan de la mano a caso paradigmáticos de la historia reciente. A colación, la figura de Adolf Eichman, el perfecto empleado de la máquina de exterminio nazi, orgulloso del esfuerzo derrochado por hacer bien su “trabajo”. Inimputable por ningún crimen que no fuera su celo laboral, desde su sorprendentemente cínico punto de vista. No es lo mismo poner sellos en una oficina de correos que despachar eficientemente innumerables trenes con miles de seres humanos camino de su exterminio. El mismo cinismo imperdonable le fue adjudicado a la periodista y filósofa judía H. Arendt cuando al cubrir el famoso juicio del “monstruo”, destapó la “banalidad del mal” como precipitado conceptual de su investigación. No había tal monstruo, lo que había era un funcionario, pero un funcionario de la muerte masiva ajena.
¿Qué culpa tiene un padre de un hijo ladrón, o asesino? ¿o quien se casa con un mafioso de vocación tardía? ¿Qué puede hacer un chaval en el colegio cuando al cafre de turno se le ocurre la magnífica idea de darle la vuelta entera a la clase –pupitres, sillas, mochilas- para “sorprender” al profesor reventándole así la clase, por lo que les castigan a todos a menos que delaten al “iluminado”?
¿Es libre la persona que asume sus circunstancias y tira para adelante o la que rompe la baraja caiga quien caiga, literalmente?
No me siento con la suficiente autoridad moral (ni de ningún tipo) para dirimir estos extremos. Por eso buscaré respuestas (y las compartiré –ese nuevo verbo tecnológico que ha venido para quedarse) en los libros. En los libros para ser libres. Por aquí pasarán More, Wittgenstein y Scheler; Foucault y Aranguren; Rawls, Taylor y Ricoeur; Sartre, Bloch y Habermas, Zambrano, Ortega y Muguerza; entre otros muchos.
Si me preguntaran, diría que tras 40 años leyendo, no lo tengo claro. Nadie está libre de un hijastro, o de un marido, corruptos; ni de otras loterías en cada curva de la propia historia. Pero ésta es una investigación apasionante, que ha provocado una suerte de dulce esclavitud en la búsqueda de la libertad.
Ver publicaciones anteriores de Francisco Romero.
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