Han llegado desde hace poco tiempo a nuestra ciudad. Son golondrinas o aviones desfavorecidos que patean nuestra ciudad que nunca fue lugar de su llegada. No sé de dónde vienen ni muy bien cual es su destino.
Tampoco sé muy bien cómo llamarlos aunque la Real Academia los llame pedigüeños que me suena fatal aunque su significado es la persona que pide mucho de forma impropia.
Delgados, casi esqueléticos con harapos de vestimentas -ropa sencilla pero no descuidada- y un andar cansado y perdido acechan en los barrios tras la piedad de nuestros ciudadanos. No los he visto en el centro tras los turistas – sabrán que de ellos no hay nada que esperar- sino más bien en los barrios y la mayoría delante de los supermercados.
De piel oscura y arrugada con el sello claro en sus dientes de la clase a que pertenecen. Hoy en día la clase social se mide por el estado o la ausencia de los dientes. La mayoría adolecen de ellos. Sus bocas parecen una cueva donde no llegan no solo los alimentos sino la respiración.
Los paseantes, que no los pueden dejar de lado, los ven tan sorprendidos como incómodos. Sin mirarlos, como de pasada, sin querer pararse. Les molesta su presencia a la que no están acostumbrados No es habitual en Marbella. Una ciudad con su glamour y su oropel no es el lugar más adecuado. Molestan. Las justificaciones para pasar de largo que si drogadictos, que si emigrantes que si pedigüeños no me interesan solo su presencia.
La estampa que queremos ignorar aunque no podamos.
Un hilillo de voz apenas audible pide unas monedas. Algunos piden un café o algo de comer. Los menos. Su voz humillada y solicita se hunde como sus ojos en las aceras. No se les entiende. No se sabe si es que no saben castellano, no tienen fuerza o es la humildad. No quieren molestar, expresan con una voz callada.
Nadie se para a hablarle. Pasamos de largo – casi avergonzados de su situación que no es la nuestra- tras echar unas monedas o no. Por su voz ni descubrimos si son extranjeros o de aquí. Tampoco importa demasiado.
Mueven el vaso de plástico como continuación de sus brazos con unas pocas monedas. El sonajero nos dice que ha habido otros más piadosos que nosotros, que no debemos ser menos. O quiz´s es un truco. El brazo se les cae a lo largo de su cuerpo como cansado y derrotado de su poca eficacia.
Tienen un andar perdido y encorvado por nuestras aceras. A la menor negativa siguen su camino que no lo lleva a ningún lugar. No quieren molestar. Hasta que llega la noche y se buscan un pasadizo entre bloques o un local de cajero automático o un banco donde dormir su miseria entre cartones y alguna manta.
De día aparecen en busca de nuestras migajas en unas terrazas -hasta que los echan-o en la salida de un supermercado, donde la conciencia de un consumidor puede ablandarse o donde unas monedas de cobre sobran.
Me he parado para intentar hablar con alguno. Contestan con monosílabos y repiten una y otra vez: moneda; moviendo los vasos de plástico. No quieren perder tiempo aunque sea lo que único que tienen.
El que está día a día delante del supermercado de mi barrio si habla y sonríe. Es diferente y no cambia del mismo lugar. Repite una y otra vez su vida: de no disponer de trabajo, de estar enfermo y de haber llegado a esas tierras huyendo de la miseria de un país del este.
Las asociaciones que se preocupan por ellos se sienten incapaces de prestarles las escasas ayudas de que disponen. Por lo visto los conocidos de tiempo dicen que no la quieren. El Ayuntamiento no dispone de suficientes refugios donde poder adecentarse o alimentarse o dormir.
Componen otra realidad que como un grano de miseria ha aparecido hace pocos meses y nos molestan – no demasiado es la verdad-.
Son golondrinas perdidas en un cielo donde no tienen lugar, ni insectos que las alimente.
Rafael García Conde
Ex-concejal
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