Me encontré en las redes unos días atrás una publicación sobre un coche aparcado junto a los atraques de Puerto Banús. Para mí solo era un deportivo más de esos que se ven con demasiada normalidad en nuestra ciudad; donde ya no nos llama la atención que Lamborghinis, Ferraris, Maseratis, Porsches o Bentleys paseen por nuestra ciudad o que escuchemos los rugidos de sus motores. Mis hijos, sin ir más lejos, creen que eso de ver esos cochazos es normal en cualquier ciudad, tan normal como ver a muchos de sus compañeros de colegio ir a aulas prefabricadas. Pero no era un deportivo cualquiera, era un coche que cuesta más de cinco millones de euros. El capricho de alguien que seguramente le sobre tanto dinero como para hacerse con uno de los seis deportivos que la marca ha fabricado en exclusividad, sabiendo de antemano que cualquiera de esos milmillonarios que existen en el mundo se pelearán por hacerse con uno.
Solo durante la pandemia 573 personas se convirtieron en milmillonarios, mientras millones de personas se han visto impelidas a saltarse alguna comida, a apagar la calefacción o retrasarse en el pago de las facturas o mientras en África oriental el hambre se cobra la vida de una persona por minuto según datos de Oxfam Internacional. Unas tremendas desigualdades que enfrentan los lujos de una élite frente a la de cualquiera de esos 1300 millones de personas que se encuentran en la pobreza absoluta donde el lujo para ellos puede ser tener agua potable, electricidad o que sus hijos pequeños no mueran de disentería.
Me parece obsceno que un coche u otros objetos de lujo puedan costar esas cifras desorbitadas mientras millones de personas en el mundo viven en una pobreza absoluta, no lo puedo evitar. El hecho de que mi pueblo se haya convertido en un icono del lujo no es algo de lo que me sienta especialmente orgulloso como marbellí, pese a que ese lujo genere riqueza en la ciudad.
El problema de Marbella no es ese lujo que nos caracteriza, sino que esas plusvalías que ha generado la ciudad no han servido para disminuir las desigualdades. Es una riqueza tan mal repartida en Marbella como en el mundo. Marbella se encuentra entre los diez municipios españoles mayores de 50.000 habitantes donde existe una mayor desigualdad entre sus vecinos ricos y pobres. Esa riqueza no ha supuesto un aumento de la calidad de vida de sus ciudadanos y de mejores equipamientos y servicios públicos. Al contrario, los desequilibrios y las desigualdades son cada vez más pronunciadas; entre el IBI que se paga y los servicios públicos de los que se puede disfrutar; en la renta per cápita de sus ciudadanos; en el crecimiento imparable de promociones y villas de lujo mientras una parte de sus habitantes y su población activa no puede acceder a la vivienda (ni en alquiler ni en propiedad); sin ocio alternativo ni futuro para sus jóvenes; en la educación con cada vez más colegios privados que contrastan con un alumnado de la pública ubicados en barracones y sin un instituto de referencia cercano; escuchando el bramido de tantos coches de lujo mientras la escasa flota del transporte público les hace esperar a los usuarios con impaciencia a sus autobuses, retrasados por la ausencia de carriles buses y colas interminables de una ciudad cada vez más congestionada, sobre todo en época estival. Son solo una corta lista de muchos más ejemplos que evidencian estos desequilibrios.
El verdadero lujo sería que esta ciudad que la disfrutan unos pocos privilegiados pudiera serlo también por todos sus vecinos y vecinas. Pero mucho me temo que es necesario un cambio de rumbo en el ayuntamiento si queremos que sea una realidad.
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