La literatura afortunadamente es una tabla de salvación para muchos. Justo ahora estoy leyendo el libro de Torcuato Luca de Tena Los renglones torcidos de Dios, una de las novelas favoritas de mi madre, que empieza con una frase de Enrique Heine que afirma que la verdadera locura quizás no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca. Un tema recurrente en la literatura y el cine es la locura, donde los cuerdos no están tan cuerdos ni los locos están tan locos como aparentan, sino que en su locura se perciben atisbos de una mayor inteligencia y sabiduría que en esas otras personas con las que se les compara.
¿Es la locura una vía de escape ante un mundo que es difícil de entender? Son muchas las obras literarias que reflexionan sobre este tema y sobre unos opuestos que con frecuencia se vuelven permeables en muchos de los personajes literarios, como pueden ser los protagonistas de El Quijote o el genial relato de Antón Chéjov: El Pabellón nº 6.
Eso mismo me ocurre cuando veo el panorama de Marbella con una alcaldesa que se aferra enfermizamente a su puesto, pese a la gravedad de los delitos por los que se ha procesado a su marido y su hijastro, y que noticia tras noticia provoca que la sombra de la duda sobre ella sea cada vez más alargada.
Solo por un tema de ética en una democracia plena de cualquier país o ciudad de Europa hubiera dimitido antes de que se lo hubiera pedido su partido, la ciudadanía o los medios. Desgraciadamente, y pese a los negacionistas, no estamos en una democracia sana porque ni los partidos locales de la oposición han solicitado la dimisión de forma oficial -solo Impulsa Ciudad-, ni todavía ha habido una sola manifestación ciudadana en Marbella exigiendo su cese. Afortunadamente los medios sí se han pronunciado para informar de la gravedad de unos hechos, de los que la propia alcaldesa que nos representa no ha querido dar explicaciones, pese a que hay datos del sumario de los que debería dar cuenta porque sí repercuten en el Ayuntamiento. Es el caso del escolta procesado por un delito de cohecho como policía al pasar información a la banda criminal de su hijastro. Tendría que haber explicado como alcaldesa qué información ha revelado y cuál es la situación laboral de este empleado municipal, que además la ha acusado ante el juez de seguir sus órdenes. También debería haber explicado cómo se ha adjudicado una serie de contratos de obra a una empresa cuyo administrador, según acredita el sumario de la Audiencia Nacional, es un testaferro de su hijastro. Debería explicar igualmente cómo siendo alcaldesa se han hecho unas obras ilegales en la que parece que es su vivienda actual, entre otros hechos. Parece que la ética no gobierna los actos de Ángeles Muñoz. Tampoco los de muchos de sus compañeros de gobierno y seguidores, que lejos de apartarse de esta fea situación, la han aclamado con enaltecimientos continuos tipo: ¡Basta ya! No basta ya de corrupción, de cohecho, de maltratar la institución, sino basta ya de maltratar a nuestra querida lideresa.
Si ya la ética no nos vale, últimamente denostada por nuestra sociedad, debería apartarse por una cuestión de estética, por el daño que está provocando en la imagen de nuestra ciudad. Somos muchos a los que nos dio, y nos sigue dando, vergüenza que fuera en Marbella todo lo que ocurrió con Gil y el correspondiente caso Malaya (el mayor juicio de corrupción de nuestro país). Y cuando creíamos que íbamos a aprender la lección nos dimos cuenta de que este pueblo es capaz de aguantarlo todo.
Eso mismo le comentaba a un periodista de El País que me entrevistaba hace unos días. Esto que está sucediendo es, en mi opinión, más grave y una continuidad de lo que ocurrió con Gil, pero lo más preocupante es que en lugar de enseñarnos de forma colectiva que eso no podía volver a suceder, lo que ha ocurrido finalmente es que el umbral de tolerancia con la corrupción se ha visto incrementado en la sociedad de Marbella, a la vista del silencio de muchos y de cómo muchos ciudadanos y colectivos han permitido blanquear la imagen de la alcaldesa. Estamos hablando de narcotráfico, de blanqueo de capitales, de crimen organizado… Pese a no estar ella procesada, está lo suficientemente cerca y afectada para que por estética se hubiera apartado de la vida pública. Parece que la estética no gobierna los actos de Ángeles Muñoz.
Si la estética tampoco nos sirve, nos quedará la política. Quizás esa nueva política a la que muchos se arrogan o nos arrogamos para intentar explicar que necesitamos regenerar la política para devolverle algo más de dignidad a lo que debería ser algo noble: la capacidad de transformar la vida de las personas, una actividad completamente necesaria. Pero no estamos hablando de esa nueva política que la hubiera hecho dimitir desde el minuto cero cuando en lugar de negro sobre blanco todo quedó bastante oscuro con la información que iba trascendiendo por los medios. Esa vieja política no solo ha sido incapaz a nivel local de reconocer la gravedad de los hechos y de dar unas mínimas explicaciones, sino que además ni el PP provincial, ni el andaluz ni el nacional la han presionado para que dimitiera. Lejos de ello, el presidente de la Junta, Juanma Moreno, confirmó ante los periodistas que sería la candidata del PP a las próximas elecciones municipales de mayo de 2023.
Pasen y vean, como esos circos o psiquiátricos antiguos donde podíamos contemplar lo más grotesco de nuestra especie. Seguimos en ese circo esperpéntico donde una completa anomalía en nuestra democracia se convierte en algo normal. Por eso la locura como decía Enrique Heine puede ser una estrategia vital, una forma de cubrir con un caparazón para insensibilizarse de tanta sinrazón.
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