Nada más entrar en el local de comida para llevar, al que acudo con frecuencia, su dueño -al que tengo en consideración- me espetaba, casi entrando por la puerta, por mi opinión sobre el nuevo presidente de su país de nacimiento, Milei. Al que todo hay que decir, no le tengo un especial cariño por numerosas razones. Por cautela ante una pregunta que me parecía un tanto retórica intenté manifestar de forma suave que ese tipo de personajes no suelen traer nada bueno allí donde estén.
Este tipo chulesco y desagradable no está al frente de un club de hooligans o una comunidad de vecinos, está a cargo de un paísentero y sus decisiones acarrean unas consecuencias que terminarán por afectar al futuro de una parte importante del país como es el caso de Argentina, donde un 60% de la población se sitúa en la pobreza y que seguramente lo ha votado pensando que pueda ser el salvador de la patria y de su miseria.
Muchos argentinos justifican el voto a Milei como lo único que les queda ante la falta de esperanza en una clase política que ha llevado al país a una pésima situación económica y social arrastrada por gobiernos pésimos y corruptos, un mal endémico en esas latitudes. Mal experimento el de poner al lobo a cuidar de las ovejas. Pienso en otro experimento, en este caso en mi patria chica, del que todavía estamos pagando la factura.
Justo el gobierno de Milei ha cumplido en esta semana pasada 100 días de gobierno y el tiempo juzgará su capacidad para mejorar el país. Yo tengo serias dudas. Lo que traerá con mucha probabilidad será más calamidad para los más desfavorecidos y mayores beneficios para él y para las grandes empresas tras las privatizaciones anunciadas, mientras, como otros partidos de la ultraderecha, ponen el acento en cuestiones que no redundarán en el interés general como la negación del terrorismo de Estado durante la dictadura de Videla, el descrédito a los científicos, las restricciones al aborto, la lucha contra la educación pública y la cultura y todo lo que pueda sonar a izquierda. Un frente reaccionario que sacude nuestra sociedad occidental y que va a provocar la fracturación de la sociedad del bienestar y el marco de convivencia, agudizando la polarización entre su población.
En España estos reaccionarios que han entrado ya en muchos gobiernos no parece que les haya preocupado demasiado el bien común: no se han centrado en mejorar la administración y hacerla más eficiente, ni en invertir más en ciencia y educación, ni en fortalecer nuestro sector empresarial ni en la innovación. Sus actuaciones no miran al futuro sino al pasado, incluso reinterpretando la propia historia para hacer un uso partidista e ideológico de la historia, finiquitando festivales musicales como la muestra de Huesca después de veintitrés años, retirando placas conmemorativas a víctimas de la represión franquista, despidiendo a gestores políticos como ha sido el caso de Pérez Pont, censurando obras teatrales simplemente porque sus actores salían en ropa interior, suprimiendo subvenciones a colectivos o actividades que suenen a rojo como el premio de poesía Miguel Hernández en Orihuela que se concedía desde el año 2000. Una tendencia que alcanza a otros partidos y a una población cada vez más conservadora que es capaz de escandalizarse y hacer retirar un adorno navideño de un hada por ser visible un pezón. En Marbella el tener dos concejales de la ultraderecha en el gobierno nos ha servido para que se vayan a recuperar las corridas de toros en nuestra ciudad. ¡Toma ya! Me imagino que lo habrán tenido en cuenta los que han evaluado Marbella como mejor destino europeo.
Esta corriente neoliberal y ultraconservadora, que como una sombra va alcanzándolo todo, me preocupa sobre todo como padre. Percibo un mundo en retroceso y unas nuevas generaciones de las que dicen los expertos van a ser por primera vez más tontos que sus padres en gran parte por su adicción a las pantallas (estudios como los del neurocientífico Michel Desmurget afirman que las nuevas generaciones, los nativos digitales, tienen por primera vez en la historia un coeficiente intelectual inferior al de sus padres). Unas generaciones sobreprotegidas que se van a enfrentar a un mundo más hostil con menos herramientas y con pocas ganas de luchar contra lo que les viene, más allá del activismo en redes. El otro día mi amigo Antonio Figueredo y yo hablábamos del nulo relevo generacional, al menos en el activismo medioambiental, donde algunas de las agrupaciones locales de la SEO (Sociedad Española de Ornitología) están cerrando sus puertas ante el escaso o nulo interés de los jóvenes.
Acaba de celebrarse el día mundial de la poesía, pero son buenos tiempos para la lírica como decía esa canción del grupo Golpes bajos inspirada a su vez en un poema homónimo de Bertolt Brecht que reproduzco aquí en la traducción de Jesús López Pacheco y Vicente Romano. Unos versos escritos en 1939 como un alegato, triste, a la esperanza contra el fascismo nazi que invadía Alemania, donde la expresión artística, en este caso la poesía, se convertía en un faro de luz en la oscuridad que empezaba a llegar entonces; en una forma de combatir el horror que causó ese pintor de brocha gorda que fue Hitler y que no nos conviene olvidar ahora que una ola retrógrada, como ese badajo de la historia, parece que lleva a la sociedad actual a una clara involución.
Malos tiempos para la lírica
Ya sé que sólo agrada
quien es feliz. Su voz
se escucha con gusto. Es hermoso su rostro.
El árbol deforme del patio
denuncia el terreno malo, pero
la gente que pasa le llama deforme
con razón.
Las barcas verdes y las velas alegres del Sund
no las veo. De todas las cosas,
sólo veo la gigantesca red del pescador.
¿Por qué sólo hablo
de que la campesina de cuarenta años anda encorvada?
Los pechos de las muchachas
son cálidos como antes.
En mi canción una rima
me parecería casi una insolencia.
En mí combaten
el entusiasmo por el manzano en flor
y el horror por los discursos del pintor de brocha gorda.
Pero sólo esto último
me impulsa a escribir.
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