Para aquellos que no hayan leído la obra de Alejandro Pedregosa yo los animaría a leer su última novela, Comadrejas. Para los que son fieles lectores no pueden perderse este libro porque sin lugar a dudas es una obra literaria mayúscula a la que le deseo todos los éxitos que se merece la novela y su autor; paisano y amigo.
Escribirla ha sido un acto de valentía literaria, publicarla también ha sido una apuesta valiente por parte de la editorial Kalandraka. Podría haber alegado que un libro que habla del holocausto puede ser poco atractivo desde el punto de vista comercial (por ser un tema que parece tratado profusamente en la literatura y el cine) o porque habla de un colectivo cautivo en los campos de concentración que puede atraer a un público minoritario: los triángulos rosas, en lugar del típico protagonista machote, como la última película española que vi hace unas semanas sobre el holocausto en El fotógrafo de Mauthausen.
Podría pensar también más de uno que la temática del libro es anacrónica: por hablar del holocausto como por hablar de la represión a los homosexuales, pero la actualidad nos recuerda, casi dolorosamente, que un acontecimiento tan horrible como fue el holocausto puede hoy ser puesto en duda en la era donde gracias a internet estamos más informados que nunca o cuando los derechos LGTBI en lugar de consolidarse en el mundo parece que sufren momentos de regresión con la llegada de más gobiernos de ultraderecha, como es el caso de Trump que quiere restaurar la verdad biológica reconociendo solo el género masculino y femenino y borrando el resto de identidades, entre otros ataques, como el de prohibir al colectivo trans alistarse y servir en el ejército de los EE.UU.
Una lectura imprescindible para reivindicar no solo la memoria de aquellos triángulos rosas que fueron discriminados e ignorados por la historia del propio holocausto y que Alejandro Pedregosa nos ha rescatado, también la memoria de los más de cinco mil españoles que perdieron la vida en el campo de concentración de Mauthausen, ante el silencio cómplice de la dictadura de Franco. Es igualmente necesaria su lectura como novela social que nos invita a reflexionar sobre la importancia de reforzar los logros sociales conquistados como son los derechos LGTBI o el feminismo, sobre los que podemos caer en la tentación de pensar que pueden ser derechos consolidados en nuestras sociedades pese a que desgraciadamente están siendo azuzados por los discursos más reaccionarios que recorren el planeta: solo hay que escuchar las vergonzosas palabras de Milei en un foro mundial como el de Davos.
Las palabras como las maneja Alejandro Pedregosa son poderosas y un bálsamo cuando el que las emplea es un poeta que nos acaricia el alma con ellas, incluso cuando narra la barbarie nazi. Esa es la magia del poeta y Alejandro Pedregosa, ante todo, es un poeta que impregna con delicadeza la magistral narración de Comadrejas. Pero las palabras también son poderosas cuando determinados tipejos las retuercen para trasmitir y reforzar unas ideas reaccionarias que permanecen en el imaginario colectivo para que luego, como consignas, demasiadas personas las repitan como suyas.
Podría resaltar muchas genialidades del libro como la prosa impecable, su precioso lirismo o el juego de estilos cuando cambian las voces de sus narradores, pero la novela toma su punto álgido cuando el autor da voz de forma sublime a Juana la Churra, un personaje literario inolvidable que pasará a ser parte de nuestra propia biografía. Creo que los que somos de esta tierra, la andaluza y, sobre todo, aquellos que vivieron esos duros tiempos de la postguerra, disfrutarán aún más de lo que ha logrado Alejandro Pedregosa recreando y dándole tanta credibilidad a esta mujer del sur castigada por los reveses de la vida y los tiempos que le tocó vivir.
Enhorabuena a Alejandro Pedregosa por regalarnos esta novela que todos deberíamos leer para recordar a todas esas comadrejas cuyo mayor pecado fue amar.
Javier Lima.