Francisco Erola falleció discretamente durante lo más crudo de la pandemia. No pudo superar las complicaciones derivadas de una neumonía que padeció en noviembre de 2019. Fue el primer impresor que fundó, hace más de sesenta años, la primera imprenta en la ciudad.
Provenía de una familia de impresores originaria de Estepona. Su padre, también llamado Francisco, montó una imprenta en Tanger durante el periodo de soberanía franco-española. Debido a la independencia de Marruecos, se trasladó a España y abrió otro taller de impresión en Madrid, aunque mantuvo sus contactos con el vecino africano. Francisco hijo, que viajaba entre Madrid y Tanger, pasaba frecuentemente por Marbella, vio la oportunidad de abrir una imprenta en la ciudad y así lo hizo. Compró un solar donde ahora se alza la plaza que lleva su nombre. “Resulta cuanto menos curioso que los obreros que hicieron las obras del edificio de la imprenta encontraron en las excavaciones una vasija con monedas de la época de los Reyes Católicos”, señala su nieto Cristian Erola.
Estamos hablando de los primeros años de la década de los 60, a punto de estallar el boom turístico. Marbella se empezó a convertir en la ciudad que es hoy en día. Los hoteles, restaurantes y tiendas todo tipo precisaban de folletos, tarjetas de visita, cartas de menú, revistas, libros y demás. Don Francisco Erola se encargó, durante décadas, de cubrir toda esa demanda a través de su imprenta, a la que se accedía bajando unas escaleras que conducían a un sótano ocupado casi por completo por máquinas de linotipia, offset y guillotinas de las marcas Heidelberg, Minerva o Polar. Allí se escuchaba la estruendosa melodía de las máquinas trabajando y se olía un intenso olor a tinta que anunciaban al visitante que allí se imprimían obras de todo tipo.
En ese abarrotado sótano Erola conoció a todo tipo de personas: directores de los hoteles, emprendedores de todo tipo, actores como Robert de Niro, directores de cine como Jean Negulesco, a famosos de dudosa reputación como Raymon Nakashian o Adnan Kashoggi o a héroes de guerra como Otto Kreshmer, el as de los submarinos alemanes.
“Mi abuelo era un hombre muy culto, afable y discreto. Esto último en parte debido a que le tocó hacer el servicio militar de dos años en un submarino, el C4 que al poco de licenciarse se hundió en 1946 cuando chocó en unas maniobras en Mallorca contra el destructor Lepanto. Allí perdió a muchos amigos suyos”, relata su nieto.
Erola trabajó en su imprenta durante cuarenta años, hasta principios de los años 2000. Enseñó el oficio a algunos empleados que posteriormente han montado en Marbella sus propios talleres impresores. Trajo desde Tanger revistas que en los años 60 era imposible de encontrar como el Paris Match, National Geographic o Play Boy.
En 2004 Francisco Erola se jubiló y se cerró la primera imprenta que hubo en la ciudad. No hubo relevo generacional que se hiciera cargo de la transformación digital del negocio familiar. El edificio del taller fue demolido para despejar la plaza que hoy día lleva su nombre y que está flanqueada por los 35 árboles que él mismo plantó en los años 60. Dicha plaza esconde un secreto: «mi abuelo no pudo vender las máquinas de impresión porque a los chatarreros no les era rentable desmontarlas y llevárselas. El edificio fue demolido con todo ese equipamiento en el interior del sótano de la imprenta. Y allí reposan todas esas máquinas como si fuera una cápsula del tiempo”, explica su nieto Cristian Erola.
Sus últimos años los pasó en su casa de la avenida Fontanilla. Poco a poco se fue quedando ciego y sordo, aunque nunca perdió el interés por el mundo que le rodeaba. En noviembre de 2019 sufrió una neumonía de la que apenas se recuperó hasta su fallecimiento al inicio de la pandemia el 16 de marzo de 2020. Nos dejó Don Francisco Erola, una de las últimas personas que vivieron intensamente la Edad Dorada de Marbella.