– No puedo. Tengo que recoger a los enanos.

– No importa. Otro día nos tomamos ese vino.

– Avísame antes. No tenga tarea o compra.

– Ya sé o balsero o canguro.

La conversación, entre abuelos, se repite cada día más entre todos aquellos que tienen a ambos hijos trabajando, y, por supuesto, nietos a quienes atender. A los nietos les deben dedicar más tiempo y espacio de sus vidas.

Es un imperativo social. Hoy en día son un eslabón imprescindible de la unidad familiar aunque no compartan casa.

La sociedad occidental ha cambiado en este aspecto radicalmente, Nuestros padres tenían sus funciones claras y definidas -para bien o para mal- La madre era cuidadora de la casa e hijos y el padre suministrador con su trabajo. Traía lo necesario -normalmente bastante escaso- para vivir. Cuando se llegaba a la jubilación  todo su tiempo le pertenecía.

Uno se pregunta a veces si la sociedad ha progresado tanto. Nadie discute los avances en sanidad, educación dependencia… que han llegado. Pero hoy me refiero  a otro aspecto. Antes una persona era suficiente para mantener las necesidades básicas de la familia -normalmente el padre-. Otro inciso imprescindible es preguntarse por lo que ahora es necesario y  como lo superfluo se ha convertido en esencial. La sociedad de consumo lo transforma todo hasta la unidad familiar.

A lo que íbamos. Después fue necesario que la mujer trabajase, no solamente en la casa, sino también fuera para mantener la familia. La liberación de la mujer – bien venida sea- le obliga a ese segundo trabajo dejando atrás otros proyectos.

Hoy en día es necesaria la colaboración de los abuelos. A veces como soporte económico pero normalmente en otras funciones de sus hijos. Nos sorprendemos del bajo índice de fertilidad pero hay que ser muy valiente, generoso hasta diría atrevido para traer hijos al mundo. Sin abuelos es casi imposible.

Los abuelos que pueden -otro inciso es que hacemos con nuestros mayores que necesitan ayudas de dependencia que no tienen, de residencias que no hay o no se pueden pagar, de persona emigrantes que los cuiden- se convierten unos en asistentes familiares y otros en padres sustitutos. A esto último quiero referirme. La educación es una función esencial de los padres. Ni es de los profesores ni debe ser de los abuelos. Como dice un amigo yo tengo a mis nietos para disfrutar de ellos y malcriarlos. Pero si los hijos llegan de trabajar bien tarde, los comedores escolares son insuficientes, ludotecas no existen, la pregunta cae de su propio peso: quién se ocupa durante tantas horas de los niños: pues los abuelos. La alternativa de una niñera -en especial cuando son bebés- solo cabe en la posibilidad económica de muy pocas parejas.

Así, todos los proyectos que  fueron aparcando para cuando llegase la jubilación y aun estuviesen con capacidad física y mental pasan al reino del olvido.

Con todo ello no quiero decir que los nietos sean una carga. Pocos abuelos pueden dejar de afirmar que los hijos y los nietos son el gran regalo de la vida y que poder disfrutar de ellos les transforman y alegran los días. Pero no todos los días y a todas las horas. La felicidad excesiva empacha, sobre todo cuando no te permite hacer otras cosas.

En el barrio las escenas se repiten. Mayores ayudados por emigrantes, por supuesto todos ilegales y sudamericanos -no sé que opinaran quienes se oponen a la emigración-. Unos en sillas  y otros del brazo. Otros abuelos cargados con pesadas bolsas de supermercados. Y otros a la espera de recoger a los nietos de charlas en los bancos de la plaza o tomando una cerveza. Menos mal que en el horario escolar queda tiempo para el gimnasio, las actividades de los centros de mayores -normalmente mujeres, no sé dónde andarán los hombres- y un rato de cotilleo en la desarbolada plaza.

Muy pocas personas mayores pueden tener proyectos nuevos, ilusiones dormidas, hobbies aparcados, viajes soñados para no considerar que han llegado al final del camino.

Más que triste, todo lo dicho es claro oscuro como todas las etapas de la vida.

Rafael García Conde

Jubilado

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