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Artículo de Lucía Prieto sobre los refugiados de la Guerra Civil en Marbella

Los civiles son en las guerras quienes reciben impactos que no proceden siempre de la violencia política pero son igualmente letales: el calor y el frío; el hambre y la sed; la enfermedad, la muerte por extenuación… En los desplazamientos forzados: el miedo, el extravío y la locura. En las guerras, hombres y mujeres comunes que en sus pueblos tenían nombres y rostros, de un día a otro, arrancados de sus hogares se transformaban simplemente en «refugiados».

En la guerra española, uno de los movimientos de población más inmediato fue el más próximo, en territorio peninsular, al epicentro de la sublevación: decenas de personas de Algeciras, San Roque y La Línea de la Concepción en la tarde del 19 de julio de 1936 se agolparon en la frontera de Gibraltar tratando de cruzar a la colonia británica. Huían de la violencia que el ejército sublevado y las tropas marroquíes desplegaron durante la ocupación de aquellas ciudades. De estas mismas poblaciones otros grupos se dirigieron caminando o en automóvil hacia Estepona, Manilva, Casares, San Pedro Alcántara y Marbella. Los habitantes de esta ciudad, la mañana del día 20, cuando aún humeaban las cenizas de los edificios religiosos incendiados la tarde antes, contemplaron atónitas a decenas de familias acampadas en las playas. Entre la desolación asomaban como una trágica ironía atracciones de la feria de La Línea, arrancadas a toda prisa a las risas de los niños. La mayoría de la gente que vino de poniente siguió hasta la capital, llevándose consigo el miedo y las miserias de una guerra que acababa de empezar. Sin embargo, con las primeras lluvias una multitud procedente del interior arribó a San Pedro. Desde la mañana del 16 de septiembre un río humano serpenteaba hacia el sur. Centenares de personas venían de Ronda, una ciudad que quedó desierta, de Montejaque, Grazalema, Benaoján… Arrastraban sus animales de carga que portaban a los niños y a los ancianos, la mayoría llegó caminando. La antigua colonia los recibió bajo la lluvia y su fábrica de azúcar se convirtió en el primer refugio para decenas de personas que por primera vez veían el mar; a los pocos días se les unieron refugiados de Ubrique y de Cortes de la Frontera y a primeros de octubre de Manilva y Casares. A finales de aquel mes los refugiados en el término municipal de Marbella eran miles. Fue un otoño frío y lluvioso. En San Pedro, las decenas de familias que acamparon bajo los chopos fueron acomodadas, tal y como muchos recordarán, en un gran edificio estrecho y largo desde el que veían bajar las aguas de un río que se llamaba Guadaiza. Otros fueron alojados en la propiedad incautada a Norberto Goizueta. Fueron los acogidos en la zona más oriental de municipio y los alojados en El Ángel quienes vivieron su primer exilio de forma más amable. A fin, allí vivieron cerca del agua, rodeados de caña de azúcar, frutales y animales de labor. Cohesionados en torno a sus propias comunidades, habitaron espacios abiertos en los vergeles que eran las antiguas colonias agrícolas.

En Marbella la situación fue diferente. La avalancha de gente que llegó a la ciudad a primeros de octubre desbordaba las estrechas calles del casco urbano. Mientras duró el buen tiempo la multitud sobrevivió en precarios campamentos a la intemperie. Su presencia inquietaba a los dueños de los huertos que rodeaban la ciudad y suscitaba una profunda desconfianza en una población que ya en octubre fue superada en más del 50% por los recién llegados. La lluvia y el frío obligaron al Comité a permitir el alojamiento en los almacenes de La Marina; en el Hospital de San Juan de Dios y entre los calcinados muros de la Iglesia de la Encarnación. Más del 75% de aquella masa humana que se realojó en Marbella eran mujeres, niños y adultos de ambos sexos, mayores de 50 años. Procedían en su totalidad del medio rural, eran –a excepción de un amplio número de pescadores de Manilva— pequeños campesinos y jornaleros; artesanos e industriales. Pronto los desastres de la guerra se cebarían en civiles sin responsabilidades políticas. El hacinamiento en los refugios, el difícil acceso al agua de las fuentes públicas, la desnutrición, el frío y la humedad de los almacenes de La Marina favorecieron la aparición de enfermedades infecciosa entre los refugiados y la guadaña de la muerte cercenó la vida de los niños más pequeños. Solo en el mes de octubre murieron once que no habían cumplido los dos años de edad. Sus madres lactantes o embarazadas habían recorrido, desde Alcalá de los Gazules, Castellar de la Frontera o Jimena, distancias superiores a los 100 kilómetros. Ya en pleno invierno, en noviembre y diciembre de 1936, aunque el ritmo de la mortalidad infantil descendió, aún murieron varios niños a causa de gastroenteritis y, sobre todo, en los albergues más cercanos a la playa, de bronconeumonía. También durante aquellos meses y la primera mitad de enero de 1937 fallecieron varias personas de edad avanzada como una mujer de Setenil de las Bodegas (Cádiz), de 99 años. Como ella, otros adultos ancianos llegaron a Marbella solo para enfermar y morir. Cuando el 14 de enero, tras la caída de Estepona, los bombardeos sobre San Pedro anunciaron la proximidad de la batalla, los habitantes de aquel pueblo se pusieron en camino. La mayoría de la población de Marbella los siguió, buscando refugió en los montes orientales. A los pocos días, cuando se estabilizó el frente en Río Real, muchos regresaron a sus hogares, pero los refugiados volvieron a caminar hacia el este. Primero se dirigieron a Málaga, después junto con los más de 90.000 acogidos en la capital, el 6 de febrero, hacia Almería.

De los centenares de refugiados que vivieron la tragedia en aquel camino, tenemos certeza de la identidad de los 4.098 que vivieron en Marbella. Sabemos quiénes eran, de donde venían, a qué se dedicaban y cuantas personas formaban el núcleo familiar. Sabemos que de las casi mil doscientas mujeres mayores de 16 años refugiadas, solo once  tenían profesión –costureras y una petaquera de Ubríque— y que muchas, convertidas en cabeza de familia, estaban solas a cargo de los niños y los ancianos. Sabemos que las familias de Casares, Manilva y San Roque alojadas en Marbella superaban el centenar; que varias decenas procedían de Jimena de la Frontera, de Ronda, de La Línea y de Grazalema; que otras muchas habían llegado desde El Gastor, San Martín del Tesorillo, Ubrique y Castellar de la Frontera… De forma excepcional conocemos la identidad de los miles de refugiados que habitaron en Marbella durante el primer otoño de la guerra. El Comité de Enlace que gestionaba la ciudad, entonces aún en la retaguardia gubernamental, obedeció la orden del gobierno de la República de elaborar un censo de personas refugiadas en cada localidad. No se elaboraron –o al menos no se han conservado en la provincia de Málaga— registros tan minuciosos como el Libro-Registro de Refugiados de Marbella. En la Colonia de El Ángel el listado debió ser elaborado por el secretario del Comité, Andrés Merchán, o por su presidente, José Marín. La exhaustiva lista de Marbella, aunque firmada por el alcalde Francisco Romero Añón, con toda probabilidad fue copiada por Esteban Guerrero Gil, «el Inglesito», un maestro socialista autodidacta. Ninguno de los amanuenses tendría oportunidad de volver a ver el libro. Marín y Romero fueron ejecutados y Guerrero y Merchán permanecieron muchos años en prisión.

Durante décadas este documento de incalculable valor historiográfico permaneció consciente o inconscientemente oculto, en todo caso olvidado. Hoy, gracias a la cesión del Archivo Municipal de Marbella ha sido integrado en el conjunto documental de la exposición «La Desbanda, 1937. De Málaga a los Pirineos», clausurada el 31 de octubre en Málaga. La prevista itinerancia visibilizará esta muestra de nuestro patrimonio documental en las ciudades que acogieron entre Marbella y la frontera con Francia.

El Libro-Registro de Refugiados es uno de las más importante muestras del patrimonio documental conservado en el Archivo Histórico Municipal de Marbella.

Lucía Prieto

Profesora Titular del Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad de Málaga

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