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Matones de barrio, artículo de Javier Lima

Tenemos matón de nuevo en el barrio. Le han dado más poder y empieza a detentarlo de forma siniestra. No está solo, se hace acompañar de más bravucones. Estos sí tienen poder. El poder de los que tienen y no necesitan a nadie, ni a tipejos como este ¡o sí! Saben que el matón los puede dejar fuera de la timba y no quieren perder la vez. Así que ahí están con su mejor sonrisa y frunciendo el ceño para parecer igual de matones, mientras se frotan las manos y el rabillo del ojo se le cuela a alguno por donde no debe. No se han visto en otra igual. Alguno más bravucón levanta la mano sin pudor, no lo puede evitar. Está que no cabe en sí; sabe que al lado del matón puede doblegar a quien quiera, al barrio completo y quién sabe, hasta llegar al último rincón de este planeta o incluso de otro, así de fanfarrón es.

La piba hierática, la del matón, lo observa todo pese a estar replegada bajo el ala de su gran sombrero. La liturgia parece la escena de un cómic donde ganan los malvados, pero no lo es. Es la vida misma que se torna esperpéntica. El matón se ríe para sus adentros hasta de aquellos que le permitieron llegar ahí, creyendo que algunas migajas les van a caer. Así es ser el chulo de barrio; puede hacer y disponer de cuanto quiera e intimidar a quién se le antoje. Le han dado todo el poder y lo sabe. ¡Cuidadito con los que no le bailen el son! Tiene una libreta negra y ya tiene apuntados a los que repartir sopapos, que de esos anda sobrado. Empezará por los más desamparados, por los más vulnerables, como siempre hacen los matones, y cuando acabe con todo el barrio irá a otro, porque el suyo se le quedará pequeño y aquellos que se lo permitieron se darán cuenta que ya es demasiado tarde, que poner al frente del barrio a un matón no fue la idea más acertada.

No parará hasta destruir la convivencia del barrio. Lo volverá triste y decadente; no le gusta la alegría ni la diversidad, ni los árboles ni el cielo limpio. Solo montarse en su auto de máxima cilindrada y contaminante para pasearse y decir bien alto que su barrio es el mejor del mundo, aunque lo deje inhabitable.

Tenemos chulo de barrio para rato y lo peor, es que no estará solo. Aparecen cada vez hay más tipejos como este porque hay mucha gente que les mola. No les importa que sean cortos de entendederas y largos de mala uva. Es la paradoja de la democracia; que en su bondad permite acceder a los matones de barrio, aunque la puedan aniquilar y amortajar con su querida bandera.

Yo ando como decía mi admirado Juan José Millás, levanto la tapo del capó como si entendiera pero cada vez entiendo menos a esta humanidad que otros están aprendiendo que estos de ser matones ni aquellos que piensan diferente. Aquí solo hay un credo y es el suyo.

Nunca me han gustado los matones. Esos seres vacíos de alma y llenos de resentimientos e inseguridades que lo compensan avasallando a los más débiles.

Publicado por
Redacción

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