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Monolitos, de Rafael García Conde

No sé si son monolitos, lápidas o paneles publicitarios los que empiezan a aparecer en las aceras de nuestra ciudad. He hablado con varios amigos y no hemos logrado encontrar el sustantivo adecuado. Los retablos, como los llama un periodista, son estructuras situadas en el muro tras el altar. Tampoco sirve.

Son de obras, exentos, con la imagen de un paso de la Semana Santa, en cerámica. Realizadas por personal municipal de obras o eso ponen los chalecos amarillos de los trabajadores que ponían en pie la del puente de los tirantes, del mismo nombre, hace ya unos meses.

Todas las cofradías exigirán el propio ahora que han empezado a levantarse algunos; y no sé cuantas imágenes hay posible, ni cuantas cofradías. Hay  suficientes en nuestra ciudad para muchas calles. Sí estoy seguro que una vez puestos ninguna autoridad se atreverá a quitarlos. Las acusaciones de todo tipo les lloverían.

Podrían empezar adecentando las capillitas que existen desde hace mucho tiempo en algunos rincones. Abandonadas, deterioradas  y olvidadas, pero incrustadas en las paredes de nuestras calles. Las flores de plástico transmiten una imagen triste y romántica a esas estrechas y frescas calles donde se encuentran.

Estos vientos religiosos llegaron, hace ya algunos meses, con la imagen de Jesús Nazareno al principio de la barbacana: como mínimo una agresión estética a la vista de la montaña desde el puente de Málaga. Sin entrar en otras valoraciones.

Creo que los elementos religiosos, incluidos estos retablos de mosaicos conmemorativos, tienen su lugar dentro de las iglesias o capillas. En teoría estamos en un estado aconfesional. Menos mal que las otras religiones monoteístas, incluidas las protestantes, no son muy amantes de poner imágenes; ni dentro de sus lugares de culto.

Las cofradías llevan años invadiendo locales públicos tan necesarios en nuestra ciudad, sin lugar para museos, centros culturales, ludotecas o centros asistenciales. No sé bien que funciones cumplen eso locales cedidos, aparte de ser almacén de sus utensilios de las procesiones o escaparates para los turistas. Algunos han desplazado a talleres de cerámica,  bibliotecas municipales tan imprescindible o salones con muchas posibilidades como los del Cortijo Miraflores o tan insanos como los de Arte y cultura en Miraflores también. Una ciudad sin casa de la Cultura como tiene cualquier pueblo.

Ahora se han lanzado a la conquista de las aceras, o de las rotondas porque también hay una dedicada al beato Don Monseñor Escrivá de Balaguer que también tiene una con su correspondiente placa. Personaje que no he logrado enterarme qué hizo por esta ciudad.

Un inciso, un poco largo: la mayoría de nuestras asociaciones de vecinos, de deportes o culturales… están financiadas por el Ayuntamiento y ubicadas en locales municipales perdiendo muchas de ellas sus finalidades primitivas para convertirse en lugar de ocio. Claramente dependientes; sin la ayuda municipal desaparecerían. A mi entender lo lógico sería financiar determinados proyectos de cualquier colectivo que fuesen interesante para nuestra ciudad y colaborar en el desarrollo de determinadas actividades (las procesiones de Semana Santa podría ser una) pero nunca en el vacío. Esta financiación sólo consigue descafeinarlas y provocar  que pierdan su autonomía. El ejemplo mas claro son las asociaciones de vecinos; nada interesadas, ninguna de ellas, en denunciar los problemas de su barrio. También estoy convencido que ninguna autoridad municipal, sea del signo político que sea, se atrevería a poner un poco de orden y de sentido común en la política de subvenciones municipales. Es un caladero de pesca al que ninguno querría renunciar. Un tema espinoso donde solo nos atrevemos a opinar quienes no tenemos ningún interés particular, pero estoy convencido que el crecimiento  y permanencia de estas asociaciones son las que crecen sin tutela de nadie sino solo de sus afiliados. La independencia y libertad se gana.

Tras llegar al final del artículo dos precisiones. La primera: no estoy en contra de las cofradías ni, por supuesto, de las procesiones de Semana Santa. Tienen un sabor festivo y son una explosión de sensaciones de los sentidos y de sentimientos muy entrañables. En segundo lugar quiero terminar este artículo con una precisión: no me anima  a exponer estas opiniones  ninguna ideología atea. Nací en un pueblo de nuestra provincia que con 3.200 habitantes tiene 2.800 cofrades inscritos en  las dos únicas cofradías (pertenezco a una de ellas por ser primogénito de mi padre cofrade y me siento orgulloso). Los nazarenos en  cada una de las seis procesiones se cuentan por centenares; pero donde estoy seguro  que ninguna autoridad municipal permitiría, y menos construiría nunca tantos monolitos, lápidas o paneles publicitarios.

Fdo: Rafael García Conde

Ex-concejal

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