Este mes de julio se cumplen 100 años del mayor desastre de la reciente historia colonial de España: la matanza de Annual, en la que murieron entre 11.000 y 13.000 soldados españoles a manos de los rebeldes rifeños comandados por su líder Abd- el Krim. En el centenario de este trágico episodio conviene recordar el importante papel que jugó un marbellí, el entonces comandante y médico militar Rogelio Vigil de Quiñones. Por eso, El Periódico de Marbella plantea dos reportajes; un primero para recordar la gesta del médico marbellí en la Guerra de Filipinas y en las primeras campañas en las que participó en Marruecos. Y un segundo reportaje centrado en relatar la labor de Vigil de Quiñones antes, durante y después del Desastre de Annual.
En este primer reportaje recordaremos sumariamente el paso del médico marbellí por Filipinas, donde se hizo merecedor de la Cruz Laureada de San Fernando, la máxima condecoración militar al valor que finalmente no obtuvo. También rememoraremos sus primeras campañas africanas hasta el advenimiento del Desastre de Annual en 1921, que será tratado en un segundo reportaje.
Rogelio Vigil de Quiñones nació en el número 9 de la calle Nueva, muy cerca de la Plaza de los Naranjos, el 1 de enero de 1862. Era hijo y nieto de militares y, entre sus ancestros, se contaba un Vigil de Quiñones que acompañó al rey Fernando el Católico en la toma de la ciudad de Marbella. Por tanto, la vocación castrense bullía en su sangre. No obstante, Rogelio, que pasó toda su infancia en nuestro municipio y sus primeros estudios los hizo en Málaga, eligió inicialmente la carrera de Medicina.
Para cursar la carrera de Medicina, como su hermano, se desplazó a Granada, donde recibió el título de licenciado en Medicina y Cirugía el 5 de abril de 1886. Posteriormente, el médico marbellí ejerció en dos pueblos del valle de Lecrín, Chite y Talará, sobre la carretera de Granada a Motril durante varios años, donde desarrolló un gran interés por la botánica y las propiedades curativas de las plantas. Un conocimiento que le sería muy útil en un futuro cercano, cuando se ofreció para servir en Filipinas. Según explican los historiadores Miguel Ángel López de la Asunción y Miguel Leiva en el libro Los Últimos de Filipinas, “dicen que se alistó para Filipinas por un asunto de desamor. Lo cierto es que Rogelio Vigil de Quiñones se fue a Filipinas porque tenía dificultades en recibir su sueldo y ganaba más si partía a Ultramar”.
De este modo, como médico provisional (civil) del Cuerpo de Sanidad Militar, el marbellí participó en la guerra contra los insurrectos filipinos. Vigil de Quiñones recibió su bautismo de fuego como parte de un destacamento de 50 soldados del Batallón Expedicionario de Cazadores número 2 que ocupó el pueblo de Baler el 12 de febrero de 1898, en la costa oriental de la isla de Luzón (Filipinas). Este pequeño destacamento de españoles, comandados por el teniente Saturnino Martín Cerezo, resistió un asedio de 337 días, manteniendo la bandera española en alto mucho después de la finalización de la guerra.
El papel del médico marbellí durante el asedio fue esencial en un doble sentido: cuidando la salud de los soldados españoles, sobre todo sabiendo combatir la enfermedad del Beri Beri, y logrando mantener la moral de los soldados asediados al demostrar una enorme talla moral.
Con el paso de las semanas los soldados españoles, que sobrevivían con una dieta a base de arroz y poco más, empezaron a caer enfermos de Beri Beri, una enfermedad incapacitante provocada por la falta de vitamina B-1. «Fue Vigil de Quiñones, herido en un costado y enfermo también, quien convenció al teniente Martín Cerezo para hacer una salida con 10 soldados sanos a las órdenes del cabo José Olivares y traer hierbas, vituallas y algunas plantas con las que hicieron una huerta dentro de la posición y mitigaron el impacto del Beri Beri. El marbellí fue un pionero a nivel mundial a la hora de relacionar la falta de vitaminas con esta enfermedad», explica el historiador Miguel Ángel López de la Asunción.
A resultas de la hazaña del cabo Olivares en traer vituallas frescas a la iglesia, el agradecido médico marbellí le regaló su reloj. 50 años después Olivares se lo devolvería al hijo de Vigil de Quiñones con una carta en la que señalaba que «su querido padre, que se encontraba delicado de salud, admirado de la hazaña tan grande que habíamos hecho, llorando como si fuese una criatura, me abrazó, se echó mano al reloj y me lo entregó.»
Otro de los momentos en los que Vigil de Quiñones destacó durante el asedio es recordado por el historiador Miguel Ángel López de la Asunción: «en una ocasión, los filipinos consiguieron llegar hasta el muro de la iglesia, quedando fuera del ángulo de tiro de los soldados españoles. Ante la amenaza de que los rebeldes prendieran fuego a la iglesia, Vigil de Quiñones sacó su brazo por fuera de una ventana, a riesgo de recibir un machetazo que le cortara la mano, y disparó a diestro o siniestro forzando la retirada de los rebeldes, que fueron tiroteados por los españoles en su huida».
El asedio de Baler duró más que la propia Guerra de Filipinas. Los españoles fueron derrotados por una flota norteamericana y firmaron la paz en diciembre de 1898. En ese momento Vigil de Quiñones y sus compañeros, que llevaban desde finales de junio de 1898 bajo asedio, deberían haber sido repatriados a España pero diversos emisarios españoles fracasaron en el intento de convencer a los sitiados de que depusieran las armas y volvieran a España. No sería hasta el 2 de junio de 1899 cuando el destacamento español de Baler se rindió, tras un sitio de 337 días. Fueron acompañados con todos los honores por unos admirados filipinos hasta Manila, recibiendo los elogios del presidente filipino Aguinaldo.
LA INJUSTICIA DE LA CRUZ LAUREADA DE SAN FERNANDO
A la vuelta de Filipinas, su compañero el teniente Saturnino Martín Cerezo recibió la máxima condecoración militar al valor, la Cruz Laureada de San Fernando. Un reconocimiento que Vigil de Quiñones no recibió. Los historiadores Miguel Ángel López de la Asunción y Miguel Leiva en el libro Los Últimos de Filipinas consideran que el médico marbellí es sobradamente merecedor, ya a título póstumo, de la Cruz Laureada de San Fernando. “En su momento, el tribunal competente reconoció los méritos más que suficientes del médico marbellí para recibir la condecoración”, aclaran los historiadores. Sin embargo, aunque uno de los requisitos para recibir la Laureada se cumplía, el haber sido herido en combate, “Vigil lo fue en un costado pero mientras estaba rezando el rosario y fue uno de los motivos por los que no se le otorgó la condecoración ya que no estaba estrictamente curando a un herido. Claro que debemos tener en cuenta que rezar el rosario durante el asedio de Baler se convirtió en una actividad militar obligatoria. Además, la guarnición estaba siendo asediada, no había retaguardia, toda la iglesia era zona de combate, por tanto, su herida ocurrió en una acción de guerra”, explica Miguel López de la Asunción.
Aún es posible que se le pueda otorgar la Cruz Laureada de San Fernando a título póstumo y que se repare esta injusticia. De hecho, se está gestando un movimiento de personas en Marbella, Granada y otros lugares que pretenden que, en el momento adecuado, pueda revisarse el juicio y que el médico marbellí reciba la máxima condecoración al valor que tanto demostró merecer durante esos 337 días.
Este aspecto injusto de la vida de Vigil de Quiñones y otros relacionados con su paso por Marruecos han sido actualizados en la nueva edición revisada del libro Los Últimos de Filipinas que verá la luz previsiblemente en unos meses.
DESPUÉS DE FILIPINAS
La carrera militar de Rogelio Vigil de Quiñones no concluyó ese 2 de junio de 1899, cuando se arrió la última bandera de España en Filipinas. De hecho, empezó a partir de ese momento. “Mi abuelo era un médico civil, que fue a Filipinas porque se cobraba el doble. Cuando volvió a España después de lo de Baler fue recibido por la reina María Cristina, que quería conocerlo y que le sugirió que acudiera a la academia para hacer carrera como médico militar. Mi abuelo Rogelio contó a mi padre que “un deseo de la Reina es una orden para mí”, y se apunto a la academia militar de Toledo”, explica María Luisa Vigil de Quiñones, historiadora y nieta del héroe de Baler. Ella explica que su abuelo era muy monárquico y religioso, pero que le disgustó un poco el acento germánico de la reina de origen austríaco.
Tras graduarse en Toledo, Vigil de Quiñones estuvo destinado en diversos hospitales militares, en Sevilla, Pamplona o Barcelona. En el verano de 1909, partió hacia Melilla, como miembro del Batallón de Cazadores de Barcelona, para participar el primera de las varias campañas militares que tuvieron lugar en el Protectorado español de Marruecos en las primeras décadas del siglo XX.
MARRUECOS, LA GUERRA QUE NO CESA
La conocida como Guerra de Melilla duró de julio a diciembre de 1909. Sin entrar en detalles, se inició por la negativa de las cabilas (tribus rifeñas) a permitir la construcción de un ferrocarril para explotar la riqueza minera del Rif. Los choques armados motivaron el traslado a Melilla de diversas unidades desde la Península, entre ellas la de Vigil de Quiñones.
Tal y como explica el historiador Francisco Saro Gandarillas en su estudio De Baler a Melilla: Rogelio Vigil de Quiñones, el último de Filipinas, el batallón entró en combate contra los rifeños al poco de desembarcar en Melilla y el médico marbellí pronto estuvo en primera línea cuidando a los heridos y dando moral a la tropa en la posición del Atalayón y, posteriormente, en la de Segunda Caseta. La unidad de Vigil de Quiñones se libró de la matanza del Barranco del Lobo, donde cientos de soldados españoles fueron muertos y heridos al quedar atascados en el fondo de una de las cañadas del monte Gurugú mientras eran fusilados desde las alturas por los rifeños.
El batallón de Vigil de Quiñones estuvo en el frente de combate hasta mediados de diciembre, cuando se dio por concluida la campaña. A su regreso a Barcelona, Rogelio obtendría dos cruces del Mérito Militar con distintivo rojo.
La medida del carácter de Rogelio Vigil de Quiñones ante el combate queda reflejada en una anécdota que recuerda su nieta María Luisa. “Estaba en una ocasión en su tienda de campaña, mientras en el campamento había un intercambio de disparos con los rifeños. Las balas atravesaban la parte alta de la tienda y, mientras su asistente intentaban servir la cena temblando de miedo, mi abuelo actuaba como si no pasara nada”.
“En Marruecos le llamaban el Padre de los soldados, porque atendía a moros y cristianos, no hacía distinciones entre bandos, curaba a todos los heridos. Mi abuelo, además, entendía que muchos de los jóvenes españoles habían ido obligados a la guerra, los comprendía y procuraba que se libraran de los combates, cosa que no gustaba mucho a sus superiores”, revela su nieta María Luisa.
Tras su vuelta de la Guerra de Melilla, Rogelio Vigil de Quiñones se casó en 1910 con Purificación Alonso Ruiz, con quien estaría estrechamente unido en lo bueno y en lo malo toda la vida y de cuyo matrimonio nacerán seis hijos: Rogelio, José María, Francisco, Ana María, María Teresa y Purificación.
Tras un periodo en Barcelona, Vigil de Quiñones fue destinado a Jerez de la Frontera al Regimiento de Cazadores de Alfonso XII. Unidad con la que participaría en otra campaña africana, esta vez en Larache en 1911, donde el ejército español, bajo las órdenes del impetuoso general Manuel Fernández Silvestre (a quien volveremos a ver en Annual), luchó contra los rifeños con el objetivo de ocupar el territorio que España había recibido como parte del Protectorado de Marruecos tras repartírselo con Francia.
Finalizada esta campaña, Vigil de Quiñones fue destinado al Hospital Militar de Sevilla (el mismo que llevó su nombre durante muchos años hasta que fue cerrado), tras ser ascendido a comandante médico. En la capital andaluza estaría destinado varios años, como ayudante de campo del Inspector de Sanidad Militar.
EN MELILLA HASTA ANNUAL
Sin embargo, el marbellí volvería de nuevo a África para participar en las campañas que culminarían con el Desastre de Annual. Saro Garandillas explica que, a finales de 1919, Vigil de Quiñones efectúa un canje de destino con el de su mismo empleo Jesús Bravo-Ferrer y Fernández, quien había sido destinado al Hospital Docker de Melilla al ascender a comandante y deseaba retornar a la ciudad bética.
El día 9 de enero de 1920 se presentó en Melilla Vigil de Quiñones, incorporándose al hospital Docker. Este complejo, formado por 16 barracones docker de patente alemana gozaba ya de una merecida mala fama, puesto que los barracones de madera no reunían las condiciones mínimas de salubridad.
Sobre las carencias y miserias en las que vivían no sólo los soldados rasos si no también los oficiales, la nieta de Rogelio Vigil de Quiñones recuerda que “en una ocasión anunciaron la visita de un alto cargo venido de Madrid para hacer una revisión. Mi abuela, que no sabía apenas coser, cogió el uniforme de su marido, que estaba muy desgastado, le dio la vuelta y cosió los botones en el revés de la guerrera. Cuando sus compañeros vieron a mi abuelo se sorprendieron de que hubiera conseguido un uniforme nuevo”.
Muy pronto Vigil de Quiñones demostró la capacidad que tenía para sacar el máximo partido de los escasos recursos de logística sanitaria que tenía a su disposición. “La mano discreta pero eficaz de don Rogelio pudo apreciarse a corto plazo, puesto que en ese mismo año fue felicitado en la Orden de la plaza, por el general Fernández Silvestre, llegado a Melilla por la misma época que Vigil de Quiñones, al haber observado el «aseo, cuidado e interés demostrado en beneficio de la salud del soldado», lo que no era poco mérito en el decrépito hospital de la carretera de Nador”, relata Saro Garandilla.
Mucha falta le haría en un futuro próximo al ejército de la Comandancia General de Melilla la capacidad de Vigil de Quiñones de organizar hospitales y centros sanitarios tanto en zonas de combate como en la retaguardia. La experiencia organizativa del médico marbellí sería puesta a prueba muy pronto con la desastrosa campaña militar que estaba a punto de iniciar el impetuoso general Fernández Silvestre y que llevaría, en el verano de 1921, al Desastre de Annual.
Todo ello será relatado en este segundo reportaje:
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