Miembro de la nobleza más destacada de Marbella. Conquistador en el Nuevo Mundo. Misionero alejado de los honores y distinciones mundanas. Fundador de escuelas y hospitales. Y experto de las letras. Este fue Rodrigo Arias Maldonado, un noble hidalgo marbellí cuya apasionante vida apenas ha sido estudiada por un puñado de investigadores.
Cuenta el historiador Fernando Alcalá en su libro Cronicas de Marbella que el nacimiento de Rodrigo Arias Maldonado ya marcó el rumbo religioso que tomaría este marbellí, ya que “encontrándose su madre dispuesta a asistir a la misa del Gallo se le presentaron los primeros dolores del parto”. Su familia tuvo que improvisar un altar en la casa noble de la familia para celebrar allí mismo la misa y “justo cuando el celebrante elevó el Sacramento nació la criatura esperada. Era el 25 de diciembre de 1637”.
Rodrigo nació en una de las familias más nobles de Marbella. Su padre, Andrés Arias Maldonado, hizo carrera militar luchando en diversas batallas en Cataluña, el sur de Francia y África. Fue acumulando heridas y años de servicio hasta ser recompensado por el Rey Felipe IV con el cargo de Gobernador de Costa Rica en 1658.
CAPITÁN, GOBERNADOR Y CONQUISTADOR EN AMÉRICA
Rodrigo Arias Maldonado, con 21 años, acompañó a su padre a América. Por aquel entonces, Costa Rica había sido recientemente pacificada aunque quedaba pendiente la zona montañosa de Talamanca, donde vivían diversas tribus indígenas. Tal y como se explica en Crónicas de Marbella, Rodrigo se hizo cargo de este cometido como capitán de milicias y mano derecha de su padre.
Sin embargo, Andrés Arias Maldonado murió apenas tres años después, en 1661, quedando su hijo como Gobernador interino. A los pocos meses Rodrigo, como un auténtico Conquistador, organizó una expedición para dominar y pacificar Talamanca, región con fama de ser rica en oro. Según explica el investigador Oscar Carrascosa en su libro Breve tratado de ortografía. Rodrigo Arias Maldonado, reunió un ejército de 150 españoles, 30 mulatos, 125 indígenas cristianos y numerosos pertrechos y armas embarcados en un navío para asegurar los suministros durante la expedición.
A partir de este punto todo se torció para el joven Rodrigo. El barco fue capturado por un pirata inglés. El ejército se disolvió a causa de las deserciones y la traición de sus oficiales, hasta el punto de quedar el conquistador marbellí con cuatro hombres y un fraile. Rodrigo tuvo que volver a la ciudad costarricense de Cartago, donde al poco le llegó la noticia de que el Rey había nombrado otro Gobernador para Costa Rica.
Decepcionado, el joven marbellí cambió se aires y partió a la ciudad de Guatemala, donde, según relata Fernando Alcalá, “allí, joven y gentil se atrajo las simpatías y atención de las damas”. A comienzos de 1667, Rodrigo se enamoró de doña Elvira de Lagasti, casada con un noble caballero. Quedaron en verse una noche a escondidas. Pero la emoción provocó un sincope a la dama. El marbellí salió a la calle desesperado y, en ese momento, encontró al fraile Pedro de Betancur, fundador de la orden Bethlemita, que le dijo “recordad hermanos que un alma tenemos y si la perdemos no las recobramos”.
Este fue el inicio de la segunda vida de Rodrigo Arias Maldonado. Betancur, que sería canonizado por el Papa Juan Pablo II en 2002, parece ser que pudo calmar a Rodrigo y acudió a donde reposaba el cuerpo de Elvira y, según el relato oficial hagiográfico que recoge Alcalá Marín, “Pedro hizo la señal de la cruz y la dama recobró el conocimiento y el hermano Pedro le enseño el camino de su casa, el honor y del deber”.
A continuación, Betencur acogió a un arrepentido Rodrigo en su casa, el cual tomó el hábito, cambiando su nombre por el de Rodrigo de la Cruz. Apenas pudo el nuevo religioso compartir su vida con Betencur, ya que el futuro santo murió a los pocos meses, designando al marbellí como su sucesor en la Orden Bethlemita.
DE CONQUISTADOR A MISIONERO
Durante los siguientes 50 años Rodrigo comandaría esta Congregación religiosa cuyo objetivo era dar asistencia a los enfermos y procurar una educación a los indígenas más desfavorecidos a través de escuelas. El ya Fray Rodrigo de la Cruz redactó los estatutos o normas de la Orden Bethlemita y realizó las gestiones para que esta nueva congregación fuera aprobada por el Vaticano. Para lograrlo tuvo que hacer largos y penosos viajes a España y Roma.
Según relata Analola Borges, catedrática de Historia de América de la Universidad de la La Laguna, en su libro La Obra en América de la Orden Bethlemita, “Rodrigo llevó a cabo un intenso trabajo de expansión de la Orden, primero en Perú y luego en México, donde los Hermanos Bethlemitas fundaron varios hospitales”. Esta experta académica señala además que el marbellí, “en su vida de religioso, supo practicar la verdadera caridad cristiana, que no conoce límites. Cuando visitaba los hospitales, su sola presencia consolaba a los enfermos. En una ocasión se acercó a un hombre leproso que había sido aislado por temor al contagio. Fray Rodrigo lo abrazó por largo rato y cuentan testigos que presenciaron la escena, que el enfermo quedó curado”.
Para cuando Fray Rodrigo murió en México a las 79 años en 1716 los establecimientos bethlemitas se habían multiplicado hasta sumar diez en el Virreinato de Nueva España (México) y once en el de Nueva Granada (Perú).
BREVE TRATADO DE ORTOGRAFÍA
El nivel del prestigio que gozaba Fray Rodrigo lo marca el hecho de que la propia madre del Rey español Carlos II el Hechizado, Mariana de Austria, le ayudara a que el Papa de entonces aprobara de forma definitiva la constitución de la Orden Bethlemita en 1687. Ese mismo año Rodrigo de la Cruz publica en Roma un libro muy singular, Breve tratado de Ortografía. “Es un texto que ha sido condenado al olvido desde prácticamente su origen”, asegura el investigador Óscar Carrascosa, que encontró fortuitamente este pequeño manual de 54 páginas cuando buscaba bibliografía sobre Arias Maldonado. En España sólo se conserva un ejemplar en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid.
¿Con qué motivo el religioso marbellí editó Breve tratado de Ortografía? Carrascosa explica que el objetivo era que fuera usado en las escuelas bethlemitas para educar a los indígenas, muchos de los cuales desconocían el español. Se convirtió, por tanto, en una eficaz herramienta para divulgar el español y convertir a los indios al cristianismo. Fray Rodrigo había conseguido el “arma” con el que conquistar las almas de los desfavorecidos de las Indias.
Rodrigo Arias Maldonado es muy poco conocido por los marbellíes. A muchos sólo les suena por dar nombre a una avenida de la ciudad. En su época se relacionó con Papas y virreyes de América, con condes, marqueses y altos funcionarios del reino de España. Su obra, la Orden Bethlemita, aún pervive en América, atendiendo a los enfermos y educando a los niños pobres en diversos países latinoamericanos. Sin embargo, su memoria apenas ha sido conservada y reconocida: seguramente lo que hubiera querido el humilde Fray Rodrigo de la Cruz.
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